¿Qué hacías aquel día infame y brutal de 1495 en que, según la conveniente versión de los conquistadores, te apareciste y les concediste la victoria abusiva y traicionera con arcabuces y ballestas en contra de nuestros caciques y pobladores originarios, alzados en contra de la esclavitud y que ya se habían retirado en paz?
¿Por qué se supone que en esa batalla desigual en Santo Cerro otorgaste la supremacía a los invasores, los usurpadores, los que mataron a Caonabó y Anacaona, aquellos que según Bartolomé de las Casas mataban sin miramientos y abrían el cuerpo de los hombres para aleccionar y aterrorizar a los que dudaban?
¿Dónde estabas aquella madrugada del 25 de septiembre de 1963 cuando, bajo las órdenes del conquistador yanqui y oligarcas, los militares sumisos y corruptos junto a políticos oportunistas dieron el golpe de Estado que derrocó al gobierno democrático, al Congreso Nacional y la Constitución que el pueblo sentía suya?
¿Acaso el 24 de septiembre de 1970 no te diste cuenta de que estaban matando en la escalera de su casa al noble joven Amín Abel Hasbún, frente a su mujer embarazada y su hijito de dos años? ¿Acaso no podías darles alguna señal e impedir que las «fuerzas incontrolables» de Joaquín Balaguer llegaran a su hogar? ¿No podías frenar el disparo calibre 45 que atravesó su cabeza?
¿Algo no te dejó desviar a la Policía Nacional y que esa sangre no se derramara?
¿Tampoco pudiste hacer nada para que Elsa Peña no tuviese que ver, de rodillas sobre la calle, el cuerpo acribillado de su esposo Homero Hernández aquel 22 de septiembre de 1971?
¿Por qué el 23 de septiembre de 2013 no hiciste nada? A solo horas del día en tu homenaje, un tribunal erigido en palabra sagrada, atropellando la misma Constitución que debía preservar, decidió dictar una sentencia con la que casi 200 mil hermanos y hermanas, jóvenes en su
mayoría, fueron golpeados con la violación de sus derechos fundamentales, despojados
de la nacionalidad de la cual el Estado y la Constitución les reconoce ser legítimos
y plenos titulares. Es la violación masiva de Derechos Humanos más grave en toda América Latina en lo que va de siglo XXI, en nombre de una “guerra” que la justifica, al más puro estilo de
las tiranías. Vidas suspendidas por el abuso de poder y el oprobio, vidas castigadas
con la negación. Vidas que siguen vivas porque siguen en pie de lucha.
Ya, Virgen, no te pregunto más. Tal vez puedas tomar esto como un reproche, una acusación, una osadía. Y no es eso. Es que duele, Virgen de las Mercedes. Duele que oficialmente te hicieran la patrona del genocidio; que se repita el odio y la brutalidad. Duelen tantos septiembres
de lágrimas, de abusos y de sangre. Que en tu día suceda, como dijo Carpentier,
“ese eterno resurgir de cadenas” y además lo festejen como día de descanso, olvidando el saldo de martirios.
Déjame terminar con tu oración al final del día, para que, en virtud de tantas ofrendas que se te han hecho, tantos sacrificios ominosos, alguna recompensa llegue, algún bálsamo cure y se detenga este río de dolores, porque no puede ser que, para siempre, como diría Galeano,
se especialicen en ganar y otros en perder.
«Recibe nuestras ofrendas, accede a nuestras súplicas, disculpa nuestras faltas, pues eres la única esperanza de los pecadores. Por tu intercesión ante tu Hijo esperamos el perdón de nuestros pecados y en ti, oh Madre celestial, tenemos toda nuestra esperanza. Virgen excelsa de la Merced; socorre a los desgraciados, fortalece a los débiles, consuela a los tristes, ruega por nuestra Patria… Amén».