Oigamos a los muertos

Oigamos a los muertos

Con la venia de un pueblo generoso e inteligente he tenido el privilegio de por más de un cuarto de siglo examinar miles de cadáveres, tratando de desentrañar los motivos que les condujeron al sepulcro. Esos muertos llevan grabado en su interior la historia completa de su comportamiento social y biológico. Ellos se muestran dispuestos a narrarnos los desaciertos ocurridos desde la gestación, siguiendo el nacimiento, desarrollo, vida adulta y senectud.

Es especialmente fascinante observar la secuencia de eventos que se generan en una persona y la conducen al pórtico de la pirámide de la muerte. Desde su interior ascienden por escalones, hasta llegar al vértice, en donde dejan de llamarse vivos y se transforman en difuntos.

El patólogo, a modo de cazador, sigue el rastro morfológico dejado por la víctima desde su entrada a la pirámide hasta el deceso, proceso que denominamos la cadena de la muerte.

Iniciamos por tanto llamando causa básica de muerte al incidente de naturaleza biológica, física, química, o inmunológica que generó una alteración primaria cuyo daño provocó toda una serie de cambios fisiopatológicos hasta conseguir el cese de la función encefálica; desenlace que se conoce como muerte cerebral. Saber buscar y concatenar todos esos pasos llamados mecanismos de muerte es una tarea de interés para quienes luchan por detener la fatídica cadena.

Los fallecidos nos cuentan su historia. Hablan de lo bueno y lo malo de la vida a través de un vocero que descifra el mensaje escrito en el cuerpo del fenecido. De la experiencia, capacidad, fidelidad y honradez del prosector depende que el mensaje transcrito llegue claro y preciso.

En el año 2013 se examinaron en el Instituto Nacional de Patología Forense 1,765 cadáveres, de los cuales 994 resultaron ser muertes violentas, cifra que correspondió al 56% del total. Dentro de las violentas encontramos 678 homicidios, 187 muertes accidentales, así como 57 suicidios. En el año 2014 realizamos un total de 1,747 autopsias con 900 muertes violentas entre las que se destaca el suicidio con 60 casos para un porcentaje de 6% de las defunciones no naturales.

El instrumento utilizado por estos individuos para quitarse la vida fue mayormente el arma de fuego y la edad fluctuó en los 15 y los 60 años con un predominio entre los 25 y 60 años, siendo la mayoría adultos masculinos. Un común denominador en estos decesos suicidas lo representó la depresión.

Por otro lado, las muertes homicidas también fueron causadas por armas de fuego, y en menor cuantía por arma blanca. El alcohol acompañó con frecuencia a estos sucesos y estuvo presente en más de las dos terceras partes de las muertes accidentales.

Como podrá notarse hay un mensaje estadístico en estos informes, la depresión y el alcohol no son los apropiados acompañantes del buen vivir. Los fallecidos con muerte natural, cuando de adultos mayores se trató, evidenciaron una mayor frecuencia de enfermedad cardíaca coronaria e hipertensiva. Oigamos los testimonios de los muertos y sigamos sus consejos, así mejoraremos nuestra conducta, al tiempo que nos daremos una vida más larga y provechosa.

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