Ojalá que Dios ilumine a la Asamblea Nacional

Ojalá que Dios ilumine a la Asamblea Nacional

Nunca había visto que Dios, ese ser generoso y lleno de amor que nos mostraron en la infancia, pudiera ser motivo de una discusión tan álgida que provoque desorden y confrontación.

Sólo en la Asamblea Nacional, donde lo ridículo supera cualquier límite imaginable, suceden estas cosas. Porque, ¿quién más, sino un legislador, puede pelear por una invocación a Dios?

El que la Asamblea Revisora sería un circo lo suponíamos. Comenzar el pleito de esa forma tan absurda, sin embargo, superó nuestras expectativas con creces. También aumentó nuestra preocupación. ¿Cómo consensuarán una Carta Magna si no son capaces de ponerse de acuerdo en torno a Dios?

¿Qué va a pasar cuando los temas más difíciles salgan a flote? ¿Quién nos asegurará que, así como no saben a qué Dios invocarían (yo pensé que, aunque bajo el manto de diversos dogmas, se trataba del mismo), lograrán entender de qué se está hablando cuando le toque el turno a la reelección o el derecho a la vida?

Qué mal hemos elegido a nuestros representantes. No cabe duda de que ellos no tienen la madurez ni las competencias necesarias para decidir por nosotros.

Las discusiones previas fueron un preámbulo de lo que vendría. Vale pensar en el aborto para corroborarlo: algunos se pronunciaron a favor del respeto a la vida del feto, olvidando la de la mujer que lo lleva dentro.

Piensen en lo terrible de parir un hijo fruto de una violación o del incesto; o un bebé con malformidades o problemas genéticos. Tampoco es justo que, en caso de que nuestra vida esté en peligro, nos obliguen a morir. Invoquemos a Dios para que los ilumine.

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