¡Ojalá que no le cambien el nombre a esa avenida! (I)

¡Ojalá que no le cambien el nombre a esa avenida! (I)

Yo no la conocí cuando era una intención de ruta. Mucho menos cuando fue un manto de verdor asediado por las reses que pastaban allí en ese punto.
Mis conocimientos vienen desde cuando era una calle común y corriente, “camino de cualquier parte”.
Situada en medio de algunas construcciones, a uno y a otro lado: hacia el este, ya una realidad de algo avanzado, y al oeste, la expectativa firme del valioso desarrollo que le esperaba a la vetusta ciudad de Santo Domingo, cuyo primer entorno languidecía al impulso convincente de los gobiernos de siglos claudicantes.
La vía tentó su adelanto hacia momentos que marcaban, con cuidadosa determinación, la caída del tirano. La transformación fue tímida, lenta; pero cada vez fueron menos los solares baldíos, que tentaban a los transeúntes que se solazaban al ver espacios tan preciados que reclamaban a progresistas y emprendedores que provocaran un giro de esplendor.
Y así fue. A buen ritmo se llenaba aquella vía de magníficas edificaciones: residencias y centros comerciales valiosos y atractivos. Ya tampoco cabíamos por allí. ¿Quiénes? Me permito referirme a un grupo de adolescentes que nos levantamos en el corazón de Villa Francisca: avenida Duarte, Jacinto de la Concha, José Martí, Benito González, Félix María Ruiz, calle Ravelo, Tomás de la Concha, y la hoy llamada Juana Saltitopa, conocida originalmente como calle La Gloria y luego denominada Ercina Chevalier, pariente del tirano de los treinta años y unos meses más…
Nuestro afán, en esa etapa, era el juego de pelota. Y, al paso de los días iban, desapareciendo los solares del centro de la ciudad. Pero nos íbamos a diferentes territorios de Villa Duarte, donde todavía hubo oportunidad: El Carbón, Molinuevo Park, el play de la Taca, nombre de una línea aérea centroamericana, que había descontinuado sus servicios.
Antes de tales odiseas habíamos perdido un campo de pelota que ocupaba varios solares, en lo que, con orgullo, habíamos dicho que se encontraba en el mismo centro de la ciudad capital: “El Suburbio”, en la avenida de los bancos, José Trujillo Valdez, padre del tirano, al lado de la empresa que elaboraba el jabón Quisqueyano.
Fue aquel solar nuestra primera instalación, primer estadio, para los inquietos, inclinados al juego de pelota.
(Continúa)

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