¡Ojalá y que baje!

¡Ojalá y que baje!

Todos los dominicanos de buena voluntad deseamos que tengan éxito las medidas de fuerza decretadas por el Presidente Hipólito Mejía, destinadas a bajar la prima del dólar, a pesar de que no hay que ser economista para darse cuenta de que las leyes del mercado y las variaciones del mismo no suelen hacer caso de uniformes, armas, bayonetas, fusiles ni amenazas.

El efecto psicológico inmediato de la maratónica reunión del equipo económico del gobierno, los jefes militares, banqueros y cambistas, en Palacio, produjo -tal vez aderezado con los manotazos presidenciales y hasta los posibles San Antonios- un descenso de varios puntos en la cotización de la divisa. ¡Ojalá y se mantenga esa tendencia a la baja!

Me temo que no bastan medidas coercitivas. Y es que el mercado abierto, en una sociedad de economía libre como la nuestra, no responde permanentemente a ese tipo de estímulos. A lo que sí obedece el alza del dólar, especulación aparte, es al incremento del gasto corriente, al excesivo endeudamiento, interno y externo, al desplome de la producción, a la merma de la productividad y al factor confianza.

Pero, repetimos, ojalá y que la prima baje, seducida por la llegada de los miles de dominicanos que vienen del exterior a celebrar en suelo patrio las navidades, esperar el Año Nuevo, para marcharse al pasar el Día de Reyes. Ojalá y que baje, y ello tendría un fuerte impulso si se firma con el Fondo, opción amarga, pero al parecer vía de escape a esta tremenda crisis.

La posible nueva firma con el FMI tiene la virtud de que colocaría una camisa de fuerza a la voracidad y vocación al gasto alegre de la administración, lo cual se torna difícil en medio de aspiraciones y aprestos continuistas. Ahora, la patria, la nación, el país y la perdida estabilidad macroeconómica están por encima de todo y de todos.

¡Ojalá y que baje la prima! Para hacer realidad la utopía de ver bajar los precios de los alimentos, de los bienes y servicios, de las medicinas, de los combustibles, del transporte, en fin, de la vida misma, que se ha tornado asfixiante, para el país entero, especialmente en este año 2003 que se acerca a su final.

¡Ojalá y que baje! Para devolverle a millares de niños el derecho a tomar leche y a nutrirse, para que sus cerebros se fortalezcan y no sean los idiotas del futuro. ¡Ojalá y que baje!, para que los enfermos tengan acceso a medicinas que les devuelvan su salud. ¡Ojalá y que baje!, para que la insoportable tarifa eléctrica toque retirada y dé un respiro a las atosigadas clases medias, altas y populares.

Aunque me temo que la baja pudiera ser pasajera, fugaz, efímera, transitoria, si al combate contra la especulación con el dólar no se adicionan medidas de austeridad fiscal y prudencia en el manejo presupuestario, aumento de la producción, incentivo al aparato productivo nacional, mayores exportaciones y mejor productividad, entre otras disposiciones a adoptarse urgentemente. No obstante todo eso, nuestro sincero deseo se resume en esta exclamación: ¡Ojalá y que baje!

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