Ojeda, maromero excepcional

Ojeda, maromero excepcional

Bajo el amparo romántico de las serenatas de Diego Nicuesa en la corte española. Alonso de Ojeda pasó muchas noches de bohemia llevando el mensaje de su corazón enamorado a las mozas risueñas y de belleza deslumbrante que enamoraba con insistencia de persistente tenorio.

Nicuesa, el gran tocador de vihuela fue quien inició llevar a los balcones de las enamoradas la sensible serenata en las noches cuajadas de estrellas con la luna esplendorosos en el dominio español y en la tierras recién descubiertas de América.

Y quien hubiera pensado que Alonso de Ojeda, después de su plena juventud emocional, su vida se tornara en huracán de acontecimientos notables que han dejado su estampa inconfundible en la historia de España y de América.

Primero, como maromero excepcional dejó notablemente impresionada a la reina Ysabel la Católica. Esto sucedió cuando subió a la torre de Sevilla de donde, como cuenta el Padre Las Casas, mirando los hombres que están abajo parecen enanos. Ojeda fue al madero que sale veinte pies fuera de la torre, los midió con sus pies aprisa como si corriera por un enladrillado, al cabo del madero sacó un pie en vano, dio la vuelta, y con la misma prisa se tornó la torre.

Ese mismo Ojeda fue quien en Santo Domingo se atrevió al apresamiento del rebelde cacique Caonabo, esposo de la reina Anacaona. Con engaño y palabras dulces lo invitó a que se bañara en el río donde le mostró las «joyas» que en Europa llevan los reyes por pulsera. Eran esposas que puso al cándido cacique y lo montó en las ancas de su cabello y lo llevó a la cárcel.

Pero ahí no paran las andanzas y procederes de este conquistador español.

También fue cruel y despiadado con el trato a los indígenas. Se hizo conocer desde los días de Colón al introducir la costumbre para dominar a los nativos de la España. Costumbre irritante porque se trataba de cortar a los indios las orejas y narices «para enseñarles, supuestamente, cuan feo es tomar lo ageno sin la voluntad del nuevo amo».

Contribuyó de este modo a aterrorizar a caciques subalternos con esta medida al margen de toda comprensión y tolerancia.

Los indígenas tomaron tanto pavor a Alonso de Ojeda que sólo de ver su figura a la distancia emprendían la huída considerándolo un demonio capaz de las más extremas crueldades.

Quien hubiera pensado al principio de la conquista que aquel maromero audaz y luego, en sus años mozos cuando era el elegante señor de las serenatas al pie de los balcones coloniales, pudiera convertirse en el transcurso de su vida y por las circunstancias que rodearon sus pasos por la isla La Española, en un señor de horca y cuchillo que establecía sus reglas de conducta a su antojo cortándose las orejas y las narices a los indígenas. Muchos han llegado a asegurar, por su violento y férreo carácter que tiene en su prontuario muchas muerte innecesarias para establecer su dominio absoluto en la zona a su cargo que le estableció al Almirante de la Mar Oceana Cristóbal Colón.

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