Ojos para ver

Ojos para ver

Uno quisiera devolver el tiempo y pensar que suceden cosas por azar y no por una dirección premeditada y oculta, cuando vemos lo que está sucediendo en todas las expresiones de la música dominicana y ante los ojos de nuestros jóvenes, desconocedores de  las características más importantes de nuestra verdadera identidad musical.

Ya no se habla de merengue, mangulina, pambiche o carabiné. Se habla de fusión con vudú , influencia de gagá, “merengue de calle”, “unplugged”, reggaeton, globalización  y otros términos de los cuales no me quiero acordar, pero que ya se hacen familiares en cualquier reseña periodística o spot publicitario de nuestros medios de comunicación, dando la sensación de que son éstas la verdadera representatividad de nuestra cultura.

Me pregunto a veces si algún poder desconocido se esfuerza por romper los rasgos de nuestra cultura dominicana o si, por el contrario, nosotros mismos nos estamos encargando de esa tarea tan infame y destructiva. ¿Son buenos dominicanos aquellos que pretenden ignorar nuestra tradición musical o son tontos útiles al servicio de causas atentatorias contra nuestra nacionalidad?

En muchos escenarios vemos a diario cómo se da la espalda a nuestra música por excelencia, que es el merengue . Y ni hablar de nuestro merengue típico, estandarte puro de nuestra identidad musical, el cual desde sus orígenes ha sido rechazado por sectores importantes de nuestra sociedad. Ñico Lora, Luis Alberti, Julio Alberto Hernández, Rafael Solano, Luis Kalaff, entre otros, no merecen esa indiferencia que nos debe avergonzar a todos.

Quisiéramos estar equivocados, pero es tanta la evidencia que solo un miope no advertiría el inmenso daño que se hace a diario en nuestra sociedad cuando regateamos el respaldo a nuestros valores culturales netamente dominicanos.

Pareciera que al unísono artistas, medios de comunicación y patrocinadores se unen al coro de grandes potencias que pretenden destruir la identidad de los pueblos para hacer de éstos un  mercado frágil, permeable a sus influencias, a su tecnología y a todo tipo de circunstancias que les permita enriquecer aún mas sus bolsillos, aprovechando la ingenuidad de muchos conciudadanos, por no decir otra cosa.

No nos cansaremos de llamar la atención sobre  los esfuerzos que vemos a diario destruyendo nuestras raíces, contaminándonos a la vez de inmundicias  de mal gusto y de cuyos orígenes y patrocinios no quiero acordarme, porque son ya harto conocidos, aunque mucha gente se hace de la vista gorda en un “ dejar pasar ” que nos conmueve hasta los huesos.

Ya es cosa corriente escuchar muchos “artistas” y opciones musicales haciendo apología de la procacidad sexual, de la violencia, de la drogadicción, del homosexualismo morboso, la chabacanería y hasta el embaucamiento de menores con el mayor desparpajo, ante la complacencia de patrocinadores y el silencio cómplice de instituciones que han obviado sus responsabilidades ante la sociedad.

De paso obsérvense cómo las noticias  policiales locales y extranjeras nos traen a menudo informaciones en las cuales son protagonistas de primer orden estos “talentos” de nuevo cuño, no precisamente por ser muy santos, que digamos.

Finalmente, es bueno echar una ojeadita a lo que pasa en Colombia luego de los famosos carteles decidirse a financiar el vallenato y grupos musicales o, lamentablemente, lo que nos trae la crónica roja que sucede a diario en Ciudad Juárez o Sinaloa luego de hacerse famosos los “narcocorridos”, patrocinados por…ya usted sabe quienes.

Felizmente quedamos Quijotes que tenemos fe en nuestros valores, en nuestra cultura y en nuestras tradiciones, aunque no tengamos el “flow” ni el poder mediático y mercadológico para llegar a las mentes de las nuevas generaciones.

Y si quieren ver una prueba más de todo esto que decimos, véase el “Impresionante Programa de Espectáculos” de la  Feria Nacional del Libro recientemente publicado, busque la representación de nuestro merengue típico y, como dice el periodista Alberto Amengual : Sea usted el jurado.

Tal vez seamos cándidos tambien al esperar que un milagro habrá de sacudir los párpados dormidos de las empresas, autoridades y protagonistas de los medios de difusión para salvaguardar, proteger y promover los tesoros que nos legaron nuestros antecesores.

No dejemos que la República que nuestro Juan Pablo Duarte soñó sea un capítulo olvidado de nuestra   historia, enterrado por sus propios hijos. La voz de alerta se ha dado una vez más. Es cuestión de dignidad y amor a la Patria. No otra cosa. A Dios que nos agarre confesados. Quien tenga ojos para ver, que vea.

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