Ojos vendados con seda

Ojos vendados con seda

El título de la presente entrega fue inspirado por el gran actor argentino Ricardo Darín, protagonista de la película ganadora del Oscar “El secreto de sus ojos”. Para este actor, no hace falta ir al cine para ver y palpar la existencia de la desigualdad social. Cada día se pasea ante nuestros ojos, imperturbable, invariable, la vemos en las ciudades, en nuestros barrios, en los pueblos del interior, desde los tiempos de nuestros antepasados. Siempre ahí, incólume. Y sigue ahí, tan natural como el correr del rio Ozama o del Camú o del salto del  Jimenoa y todos nos hacemos de la vista gorda porque no queremos darnos cuenta de que existe.

En las palabras del actor argentino, preferimos taparnos los ojos con una venda de seda, ya que no queremos verla pero la realidad es más fuerte que la ficción.

Recientemente, en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el Presidente Fernández declaró que por varias razones, el país fue incapaz de cumplir con los Objetivos del Milenio en educación, salud y vivienda entre otros.

Este reconocimiento por parte de las más altas autoridades de la Nación constituye admitir la existencia de la desigualdad social y al mismo tiempo del aumento de la pobreza.

Por ende, la acción política no puede reducirse a explicar en forma articulada los fenómenos externos que afectan a nuestra realidad social.

El país espera que asumamos la responsabilidad política frente a los desafíos sociales. Así lo reiteró el Presidente en su mencionado discurso, donde se presentó el Informe de Avance de los Objetivos del Milenio.

 Nuestra meta debería ser reducir o erradicar la pobreza extrema antes del 2014 y sentar las bases para terminar con la pobreza antes de que termine esta década, para así avanzar hacia una sociedad más justa, fraterna e inclusiva.

Para ello debemos volver a la discusión política con voluntad y desafíos que estén a la altura de las circunstancias.

Aunque existen muchas causas históricas para la existencia de la desigualdad en nuestro país, los orígenes recientes son claros y residen en la política fiscal o en la calidad del gasto público, como muy bien lo indicara el representante del Banco Mundial en el país. Tratar de negarlo sería negar una cruda realidad, debido a que los subsidios ni reducen la pobreza ni mucho menos la desigualdad social.

Se requiere construir una sociedad de oportunidades, lo que, más que un eslogan, significa marcar un sello que ordene el contenido y la consistencia de la política social. Que no sea la cuna en la que nacemos la que determine irrevocablemente el lugar al cual podamos acceder, el lugar al cual el hijo del pueblo pueda llegar, sino más bien en lo colectivo debemos ser capaces de tomar aquello que está a la mano para algunos y hacerlo accesible para la mayoría.

Ni el más profundo de los mercados ni el más robusto de los aparatos públicos pueden asegurar la integración social y la igualdad de oportunidades por sí solos.

Algunos estudios del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrrollo (BID) demuestran que en los países desarrollados se hace un esfuerzo redistributivo sustancial mediante el sistema de transferencia (Europa) y la tributación progresiva (Estados Unidos) y en consecuencia, la desigualdad se reduce en forma significativa. Aunque en nuestro país el programa de transferencia similar al del Bolsa de Familia mejora relativamente la asistencia escolar y algunos indicadores de salud, dichas transferencias, al no estar vinculadas con la inserción laboral y la permanencia de un sistema de tributación regresivo, hacen que la desigualdad permanezca sin cambios o en algunas regiones del interior aumente debido a la ausencia de una buena focalización y la falta de control y supervisión de esos programas.

Dentro de ese contexto, se puede afirmar que la calidad del gasto es deficiente, ya que el mismo se dirige a grupos preferenciales en detrimento de la mayoría de la población.

El efecto es que la riqueza se redistribuye hacia los estratos de más altos ingresos y provoca que la mayoría de la población de bajos ingresos siga batallando en el sector informal.

Para Enrique Iglesias, quien fue Presidente del BID, los promedios de ingresos en América Latina a menudo esconden más de lo que enseñan.

Con frecuencia estas mediciones encubren la realidad de grupos específicos que no ostentan los mismos avances que el resto de la población, manteniendo su nivel de rezago y discriminación social, y cuya posición no se ve reflejada en las estadísticas nacionales.

En nuestro país, los elevados niveles de desigualdad social y su persistencia reflejan diferentes rostros, algunos de ellos menos explorados y con más débiles respuestas de las políticas públicas adoptadas.

Basta mencionar las desigualdades territoriales, intergrupales, en el acceso a activos y mercados o en la calidad y cobertura de servicios públicos.

A lo anterior habría que añadir las desigualdades en la capacidad del sistema público para responder a las demandas diferenciadas de grupos específicos.

Por lo tanto, la relevancia de todas estas dimensiones requieren respuestas explícitas de políticas.

En ese sentido, para distribuir oportunidades, sin privar de ellas a numerosos sectores de la ciudadanía -mujeres, jóvenes, entre otros-, es de suma importancia que seamos capaces de implementar políticas que fomenten el ingreso autónomo fruto de un trabajo digno, como aplicar transferencias directas y políticas especiales ahí donde éstas significan la diferencia entre la inclusión y la exclusión social.

El economista chileno Felipe Kast considera que un Estado que aspira a la justa distribución de oportunidades también requiere de una institucionalidad que se ocupe de generar las condiciones para que los esfuerzos y recursos que se destinan para ello lleguen en forma oportuna, eficiente e íntegra a sus destinatarios.

Al mismo tiempo, deberá ser capaz de focalizar y evaluar la inversión social, así como las políticas, programas y diferentes agencias destinados para ello.

Del mismo modo, sería aconsejable que la institucionalidad que se ocupe del desarrollo social debiera ser capaz de interactuar cotidianamente tanto con las instancias de decisión política y ejecutiva del Gobierno como con los actores clave del mundo político y la sociedad civil, donde radica buena parte del conocimiento acumulado sobre la real dimensión de la pobreza y sus causas profundas.

 Nos referimos con ello a las municipalidades, los dirigentes sociales y vecinales o las agrupaciones que trabajan en el terreno con las comunidades.

El desafío de superar la pobreza y distribuir oportunidades que nivelen el territorio en el que nos desenvolvemos cotidianamente requiere de un consenso amplio, y confiamos en que la sociedad civil latu sensu, los partidos políticos y el empresariado nacional se sientan convocados a contribuir para que la igualdad no sea un sueño posible, sino una realidad y para que en el futuro podamos decirles a nuestros hijos con orgullo que viven en una sociedad más justa e igualitaria.

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Trabajo de todos

Sería aconsejable que la institucionalidad que se ocupe del desarrollo social fuera capaz de interactuar  con las instancias de decisión política y ejecutiva del Gobierno y  con los actores clave del mundo político y la sociedad civil, donde radica buena parte del conocimiento acumulado sobre la real dimensión de la pobreza y sus causas profundas.  Nos referimos  a las municipalidades, los dirigentes sociales y vecinales o las agrupaciones que trabajan en el terreno con las comunidades. El desafío de superar la pobreza y distribuir oportunidades que nivelen el territorio en el que nos desenvolvemos  requiere de un consenso amplio, y confiamos en que la sociedad civil latu sensu, los partidos políticos y el empresariado  se sientan convocados a contribuir para que la igualdad  sea  una realidad y  en el futuro podamos exhibir  una sociedad más justa e igualitaria.

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