En los últimos años el liderazgo político ha sido confrontado por una cadena de fenómenos sociales; estos fenómenos se formaron como olas gigantescas, que saltan repentinamente y con sus aguas furiosas nos arrastran hacia las profundidades del océano.
Igual a esas olas, la ciudadanía ha ejercido una tarea ciclópea ante un grupo de funcionarios y políticos indolentes y socialmente miopes, que no les importa el bienestar de su pueblo porque carecen de políticas claras y progresistas del Estado.
Una de esas olas fue la protesta que reclamaba el 4% para la educación. El país se vistió de amarillo, ante un gobierno que no quería ejecutar lo que establece la Ley 66-97, el pueblo se impuso, y aquella ola amarilla venció el instinto pecaminoso de los que en ese entonces dirigían los poderes del Estado. La próxima ola fue aquel muro de gente convertido en una sinergia justiciera, con sus caras hacia la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (OISOE); el pueblo logró detectar un conjunto de hechos marcados por una hipercorrupción; es ahí, donde el pueblo vuelve a demostrar su capacidad empírica de juez y de contrapeso. El pueblo no se quedó en silencio, lograron iluminar las calles y las esquinas oscuras, una oscuridad generada por la corrupción de malos gobernantes. Tiempo después, emerge la protesta por Loma Miranda; esta ola fue salpicada por intereses económicos, y debido a esta realidad, la protesta sufre una mitosis social. Un grupo quería que Loma Miranda se convirtiera en parque nacional y otro sector motivaba la explotación de esa montaña con el propósito de convertirla en una fuente de ingresos para los familiares aledaños a Loma Miranda. Nuevamente contemplamos a un sector de la población agarrando con coraje el derecho de ser el dueño real de los bienes del Estado. Otra ola que comprobó el poder que posee un pueblo al unir voluntades, fue la protesta en contra de construir una cementera alrededor del Parque Nacional Los Haitises. El pueblo demostró que estaba despierto, alerta y decidido a parar este plan a cualquier precio. Las últimas dos olas, en forma de maremoto y tsunami fueron la Marcha Verde y la protesta en la Plaza de la Bandera. La Marcha Verde fue un sentir de todo un pueblo exigiendo cárcel para los políticos y funcionarios corruptos; el país se convirtió en un río de gente vestida de verde, gritando con ganas, ¡no más impunidad, los corruptos a la cárcel!
Al pasar el tiempo, muchos llegaron ha pensar que aquella ola verde había expirado, pero no fue así, sólo se había transformado en una pieza clave para fortalecer una masa crítica que se gestaba en la conciencia del pueblo. El tiempo transcurría, sin planificar y sin esperar otra ola, nos envolvíamos en el proceso de la votación municipal, con el fin de elegir las autoridades locales. Llegó el momento donde el pueblo se levantó con entusiasmo y con gran expectativa para ejercer el sufragio que generaría cambios sustanciales en nivel municipal. Sin embargo, en medio del silencio se escondía un ruido cargado de estafa, de repente el proceso de votación fue suspendido, el pueblo quedó atónito y en un vacío lleno de incógnitas; una sensación de traición y violación colectiva arropaba al pueblo, generando la misma chispa que encendió aquella mecha que alumbró las calles con llamas verdes; pero ahora, las llamas se tornaron oscuras. Aquel mismo pueblo que vestía de verde, ahora se vestía de negro, señalando con este gesto la culminación de aquellos políticos y funcionarios incrustados en las arterias del Estado. Ahí brota la protesta de La Plaza de la Bandera; nace con un poco de levadura depositada en un recipiente lleno de una masa cansada de esperar y lista para crecer. Es justo recordar que esta levadura, personificada en dos figuras políticas y respetadas, se enclavaron por varios días en la Plaza de la Bandera, exigiendo al gobierno una aclaración, y al mismo tiempo un castigo para los culpables de aquel sabotaje electoral. Días después se sumaron jóvenes de todos los sectores. ¡La levadura había hecho su efecto! Cientos de miles de jóvenes, artistas, políticos, comunicadores, obreros, activistas, educadores y religiosos, se unificaron, lanzando consigna en forma de sentencia. Una de las consignas más mencionada, era la frase, ¡se van!
Estas olas han servido de alerta para cualquier gobierno que quiera jugar con el pueblo y destruir los recursos del Estado. Las olas ya son un contrapeso, un movimiento vivo, real y cortante. Las olas existen para confrontar la disfuncionalidad, la corrupción y el exceso de poder que se han atribuido la mayoría de los funcionarios y líderes políticos. Al mismo tiempo, estos fenómenos sociales nos han revelado que cuando el pueblo une voluntades es posible generar cambios sustanciales en las estructuras del Estado.
El país ya despertó, ya aprendió a capitalizar el poder que se genera al unir voluntades; poder que se transforma en una ola humana, con la capacidad de arrastrar los males generados en el Estado, cuestionando a los políticos y funcionarios corruptos, con el fin de que ellos paguen las consecuencias, y así tener un Estado próspero, seguro y en vía de desarrollo.