Olfato político

Olfato político

PEDRO GIL ITURBIDES
El olfato político es una capacidad intelectual por la cual una persona dedicada a la cuestión pública es capaz de advertir el subyacente pensamiento de las gentes sin recurrir a encuestas de opinión. Estas últimas, por supuesto, tienen en su favor el que proceden de estudios basados en premisas y reglas científicas. Y constituyen un instrumento inigualable de orientación. Pero el olfato político es insustituible, y es imposible adquirirlo por estudios, pues no se abren cursos para lograr esta destreza.

Aquellos que fungirán como gobernantes de pueblos debían poseer este don. Es más, las ciencias debían desarrollar un procedimiento para advertir quién ha podido estimular en su conciencia esta capacidad intuitiva. Ello impediría que quien asume a plenitud la gestión del bien común nos diga que se marcha por buen camino cuando vamos por derroteros inciertos. Porque el ejercicio del poder atrapa y subyuga las conciencias menos desarrolladas, y las induce al propio engaño.

En asuntos relacionados con la sociedad nacional, se impone recurrir a buena dosis de positivismo. Conviene que aún en las peores circunstancias se mantengan conductas que influyan hacia el cambio por lo mejor. Existe una diferencia, no obstante, entre los actos que induzcan a pensar en ello y la propaganda que pretende inocular esta percepción. Como en muchos otros asuntos, el ser humano tiende al rechazo de aquello que percibe como propio de un intento de obliterar sus decisiones.

No siempre existe una correlación positiva de causa a efecto en los patrones de actos de la institución pública. El pueblo, no porque nadie se lo haya dicho, lo percibe por intuición. ¡Si no habrá visto, y podido comparar, la obra del administrador público a lo largo de generaciones! Aprueba o acepta, sin embargo, los intentos de lograr esa correlación positiva. Pero también por intuición percibe cuando una esperanza se resquebraja, y aquello que esperaba se desvanece en el horizonte. En estos instantes tiende a rechazar la desembozada propaganda que intenta inducirlo a pensar que su ilusión subsiste.

Son preferibles las acciones positivas más que los discursos mediante los cuales se pretende decirle a un pueblo que marcha hacia un mejor porvenir. Napoleón Bonaparte pudo convencer al pueblo de Francia tras su regreso de Elba, porque existía esa positiva correlación entre sus actos y los efectos. Los soldados franceses lo habían visto vencer una y otra vez a sus adversarios. Francia se había impuesto sobre Europa, y el pequeño gran corso probó a los franceses que, guiados por él, eran vencedores. ¿Por qué darle la espalda ahora que había escapado de su cárcel de Elba?

Por eso, la siguiente vez, tras Waterloo, los monarcas europeos lo enviaron al fin del mundo, a Santa Elena. Porque su capacidad seductora se basaba en los grandes logros militares y políticos con que enalteció a los franceses.

De Franklyn Delano Roosevelt se decía que tenía olfato político. Todavía abogado en Nueva York, cuentan sus biógrafos, padeció una enfermedad que lo llevó a convalecer en el campo. Conversaba con cuantos podía. Preguntaba por sus intereses, se hacía contar de los sueños de la gente sencilla. Eran los días de la gran depresión, y tuvo conciencia de que más allá de los pesares, se abría un porvenir luminoso. Si los políticos de Washington son incapaces de advertirlo, ¿por qué no ir yo en busca de ese destino?

Y se dispuso a ello. Y logró sacar a los Estados Unidos de Norteamérica de la bancarrota, abriendo el camino que más tarde consolidarían Harry S. Truman y Dwihgt David Eisenhower. De Roosevelt puede advertirse que, tras su muerte, se aprobó la enmienda constitucional por la que un mandatario no puede reelegirse más de una vez. Porque, reelecto dos veces, solamente la muerte lo separó de un cuarto período de mando en su país.

También Ronald Reagan tenía olfato político. Objeto de burla por provenir de los escenarios cinematográficos con pobre fortuna, estaba convencido de que era capaz de rehacer su patria. Todavía eran sentidos los efectos morales de Viet Nam, cuando fue escogido luego de dirigir el estado de California por varios períodos. Pero su obra todavía se siente no ya en su país, que afronta crisis no conocidas, sino en el mundo.

Su principal legado es la visión de un Estado Nacional limitado, para permitir el desarrollo de una Nación en todas sus capacidades. Principio que no le era propio, lo hizo suyo sin poder imponerlo entre sus gentes. Y es que no se ha entendido del todo, ni allí ni en otras partes afectas al populismo. Porque en la generalidad de los casos, falta olfato político.

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