Olor a pólvora del 1965

Olor a pólvora del 1965

Samuel Luna

Cincuenta y siete años después, podemos sentir los gritos, las divisiones políticas e ideológicas, el olor a pólvora, la humedad en el pavimento como resultado del sudor de aquellos cuerpos que dejaron su piel en el polvo de nuestra amada Quisqueya. Podemos percibir en el susurro de la noche las explosiones de los cañones, el detonante incrustado en casquillo de metal listo para crear orificios en los tendones, casquillo con punta de plomo, que busca de forma belicosa el soma microscópico de aquellos guerreros fabricantes de la libertad y de la justicia divina. La silueta de esos gigantes nos persiguen y nos vigilan desde la  psiquis; así es, aquel 24 de abril del 1965 sigue en nosotros a través del olor de aquella pólvora mojada por lágrimas en busca de esperanza y transformación.

El olor a pólvora no inicia el 24 de abril del 1965, el embrión de esa pólvora nace el 20 de diciembre del 1962, ese día triunfa un profesor con carácter fuerte, con ideologías democráticas, innovadoras y muy avanzadas. El profesor toma el poder el 27 de febrero del 1963; y es ahí, donde se inicia la ambición desenfrenada por retomar lo perdido, el deseo de volver a disfrutar de la miel incomparable del poder estatal. La polarización se inicia, la iglesia es más que iglesia, los militares se fragmentan, los intelectuales se alinean y los empresarios se unifican, pero todo está claro y hay un destino marcado, retomar el dominio caudillista, mantener la herencia del poder y crear confianza en aquellas manos que se ocultan por temor a los  cambios. El olor a pólvora se intensifica, el pulmón social lo inhala, y ya aquí es tarde, todo está internalizado y planificado.

El 25 de septiembre del 1963, siete meses después, la pólvora se convierte en un Golpe de Estado, en un estallido social y en desánimo. El tiempo, el coraje y la pólvora se fusionan, creando una estrategia desde el exilio en Puerto Rico; y así, crear un contra ataque. Esperas, cartas, llamadas, secretos y temores se desplazan en la línea del tiempo limitado; y es precisamente aquí, donde interrumpe el encarnizado y reñido 24 de abril del 1965, todo un pueblo cargado de ira se lanzó a las calles con palos, piedras, y armas caseras. Viejos, adultos, adolescentes, mujeres, todos juntos, pidiendo que el profesor Juan Bosch regresara al poder y sin elecciones. El pueblo está en las calles pero solo con armas caseras, y es ahí donde le piden armas a un coronel llamado Francis Caamaño, el general le grita: ¡No tenemos armas, las armas las tiene el enemigo! ¡Vamos a quitárselas! Es esa frase la que se convirtió en pólvora personificada y en estallido producido por las gargantas de los civiles unificados con una parte de los militares.

No podemos esquivar ni ocultar que ambos lados fueron salpicados por la pólvora de la revolución. Quizás algunos de los lectores han notado un cuento-novela basado en algo real. Y hablando de la realidad, una cosa quiero expresar, con mucho cuidado y humildad; y es la siguiente: La revolución siempre tiene dos lados, dos ángulos, porque la historia es escrita por hombres permeados por intereses que nacen en la parte más oscura del ser humano, y esos ángulos ciegos de la historia son difícil de descifrar. Uno de ellos es la figura del coronel Elías Wessin y Wessin. ¿Acaso fue el coronel Wessin que pidió la intervención de los norteamericanos? ¿Acaso fue Wessin el ideólogo de todo un golpe de Estado tan complejo? ¿Fue Wessin el ideólogo del  Golpe de Estado o fue el Alto Mando Militar, los empresarios, la Iglesia, Sindicatos e intelectuales tanto de derecha como de izquierda? ¿Fue Wessin fiel a su posición de coronel y recibió órdenes de los generales y sus mayores? Toda esta pólvora volátil y peligrosa es parte de la realidad de un pueblo que indaga y está sediento por la verdad. La historia no está hecha solo de palabras y frases, es “el todo” de un país y de una sociedad.

La pólvora sigue viva, no ha desaparecido, solo duerme; por eso es urgente que nos  preguntemos, ¿si no hubiese existido el Golpe de Estado, tendría el gobierno de Bosch cambios sustanciales en la sociedad dominicana?  Ya sabemos que una revolución social es un rompimiento del sistema. También debemos recordar que una revolución social no debe enfocarse en cambiar un partido o un poder político, lo más neurálgico es crear un sentir de potestad ciudadana, para que cada esfera y miembro de los estratos sociales ejerzan el poder y así crear un nivel de equidad y reducir el exceso de maldad que no nos permite pensar en los demás.


John F. Kennedy nos recuerda que: “Los que hacen la revolución pacífica imposible, harán inevitable la revolución violenta”. ¡No despertemos la pólvora!