¡Olvidolandia!

¡Olvidolandia!

Los kilómetros cuadrados que definen el territorio nacional constituyen material para un excelente laboratorio donde resumir su historia, ajetreos, dificultades, alegrías, complicidades, provocan una fascinación por borrar de la memoria colectiva acontecimientos que explican los obstáculos para adquirir niveles de desarrollo indispensables en el siglo 21. La más terrible de nuestras carencias está pautada por toda una estructuración de silencios y pactos indecorosos iniciados en el mismo instante del surgimiento del proyecto de nación.
La clase dirigente, salvo reconocidas excepciones, edifica su intervención en la vida pública sobre criterios concretos: acumulación y eternización. En el espectro empresarial, la carga cuestionadora tiene el dilema de sobrevivir en el marco de la complicidad con el poder y/o sucumbir ante el hallazgo insolente de una evasión indecente. Nuestros intelectuales aprendieron a conectarse con el presupuesto nacional y su sentido del éxito recibe el amparo del mecenas de turno capaz de comprar el talento a cambio de adulonerías. La fascinación por la acumulación exhibida por el espectro militar los educa como peones del gobernante de turno. Y desgraciadamente, la conciencia del mundo de la comunicación anda matrimoniada con la rentabilidad de defender causas del oficialismo ante los niveles de rentabilidad que se obtienen.
Apostar al olvido es la regla. Y vivimos en olvidolandia porque articular la verdad desde la óptica de hacer avanzar el modelo democrático genera riesgos incalculables para todos aquellos que apuestan a un país diferente. La mayoría conoce al detalle del comunicador amante de asociarse con ministros para terminar rentabilizando sus relaciones en la nómina de la institución, pocos dudan que las promociones en la jerarquía del sector justicia anda acompañada del entendimiento de que el político impulsor del cargo no podrá ser condenado en dicha jurisdicción, y cuando en instancias de la comunicación se imposibilitan noticias adversas a empresarios y dirigentes partidarios es porque existe una relación sospechosa entre éstos, súmenle una que otra comunicadora sufre las consecuencias de ser excluida del medio por sus posturas que convencen al dueño de las características empresariales de su emisora radial o canal de televisión.
Pasen balance al año, recordemos la “desaparición” de Quirinito. Todo un espectáculo propio del mundo narco-novelesco que nos pone en el contexto de la realidad mafiosa que pensábamos inexistente en el país. Todavía no existe una explicación jurídica que nos ayude al entendimiento de “excluir” del expediente de Odebrecht al político que admitió públicamente recibir fondos de la empresa brasileña para la campaña electoral. Marcos Dionisio Montás es el contratista de lujo de la OISOE, el monto de sus contratos extendidos y equipamiento médico de varios hospitales será materia de procesos penales. A Diandino Peña le exhibieron toda una red de empresas suplidoras de la institución que construyó el Metro y “su expediente” anda durmiendo el sueño eterno. Roberto Rosario compró equipos (escáneres) para las pasadas elecciones por una cantidad de dólares y no han servido para nada, pero en la Fiscalía del Distrito Nacional descansa una solicitud de investigación y el diestro extitular de la JCE anda haciendo campaña, opina en los medios y no pasa nada. El vertedero de Duquesa operó con libertad por años y el entramado de adquisición pasó por la Cámara de Diputados de manera falsa sin que hasta el momento existan consecuencias penales. Miguel Vargas Maldonado tiene en Cancillería un andamiaje asqueroso de empleados que hacen de “supervisores” regionales, ex congresistas pensionados mediante contratos y su “alianza” permite toda clase de vagabunderías administrativas. La venta de los aviones Tucanos, una operación que mereció titular de Wall Street Journal, tiene como chiste procesal a un oficial detenido por el caso como único responsable.

No es verdad que la fuerza de lo mediático lo resuelve todo. Cada día se incrementan los niveles de insatisfacción de un modelo partidario y una gestión pública que no llena las expectativas, y la gente se resiste al olvido. Miren hacia el continente, la cantidad de políticos y empresarios procesados envían una clara señal de la ruta del adecentamiento. Aquí no podemos seguir haciendo del olvido el sello distintivo de tantas vagabunderías.

Estamos en olvidolandia, hasta un día.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas