Omar Molina emprende su camino, de ‘Genética’ a ética

Omar Molina emprende su camino, de ‘Genética’ a ética

Desde hace tiempos inmemoriales, existen linajes de artistas.

No se hablaba antes de genética y de factores científicos hereditarios, pero sí de un legado compartido.

Florecían la formación y la práctica en el taller del padre, del tío, del allegado muy cercano, y ha habido casos en que no se sabía a cual hermano atribuir una obra, lo que no le quitó su valor histórico…

Aunque la gestión artística y la organización social han cambiado, en la época moderna hay todavía parentelas de creadores.

Perteneciendo a una familia de artistas liderados por Ramón Oviedo, Omar Molina es, pues, el nieto del máximo maestro del arte dominicano, gigante de la creación en su país como lo fue Picasso en Europa, lo que significa una carga emocional muy fuerte, aparte de los lazos de la ternura familiar. Los Oviedo son una familia muy unida: Omar ama, cuida, sigue a su abuelo.

La personalidad y la obra de Ramón han rodeado al artista desde su infancia: él no se ha rebelado y acoge como legítima su resonancia en sus dibujos y sus pinturas.

Este acercamiento cautivante se ha hecho espontáneamente, no solo fruto de la admiración, sino a manera de formación y entrenamiento al oficio.

Ahora bien, dentro de un homenaje permanente, que también consideramos coherencia estilística, reconocemos talento y energía creativos, con diferentes tendencias yuxtapuestas hasta en una misma obra, y ciertamente se ha abierto ya un camino, definido tanto como bienvenido en la pintura dominicana, hoy tan mal preciada…

La exposición. En el Museo de las Casas Reales, con sus espacios de exposición particulares, Omar Molina presenta “Genética”, una individual compuesta por más de veinte cuadros, diferentes en tamaño, técnica y estilo aun, donde se imponen un nivel cualitativo y una valoración optimista en cuanto a su futuro.

Omar Molina, que domina la representación del cuerpo y la figura humana se adscribe al expresionismo, pero controla el tormento y tumulto de esa corriente, pudiendo llegar a un retratismo neorrealista, como cuando el artista plasma al abuelo en la escalera de su residencia.

Esta imagen, una de las mejores obras de la muestra, revela un agudo don de observación, y nos ha impactado especialmente.

La versión pictórica se convierte en vivencia, y un aura de cariño no descriptible envuelve una interpretación a la vez hábil y emocional.

Encontramos en Omar Molina la expresión que curiosamente aúna una cierta violencia y el sentimiento, o sea la intensidad social y humanista oviediana, con el balance entre la exuberancia formal y/o informal, y los empastes de un color rico y diversificado, luminoso o próximo a la nocturnidad.

Tanto en la pintura figurativa como en la abstracta y gestual, la importancia del movimiento, que atraviesa el espacio, es una constante, y, dentro de los brotes del pigmento, se preserva el rigor de la construcción y subyace la seguridad de un dibujo excelente.

Muchas de las obras –primordialmente, aquellas sobre papel– lo celebran como una escritura.

Omar Molina, inmerso en la investigación y la reformulación, busca constantemente renovarse y rehúsa someterse al legado de un discurso pictórico, por magistral que sea.

Él tiene su ambición, sus perspectivas, su originalidad al fin.

Nosotros, pese a apreciar las telas abstractas, creemos que la figuración, con un modo interesante de realismo, social y sicológico, será su vía singular. Aparte de retratos impresionantes –incluyendo “Esquizofrenia”, donde el entorno casi traduce visualmente los trastornos–, el tríptico “Anécdotas del barrio” es la máxima pintura del conjunto: cada detalle, cada personaje es una identidad criolla, óptimamente plasmada, con humor y ternura.

Para el artista, que ha sabido dar a su exposición la importancia que tiene, hasta con una visita guiada, la referencia no se funde con la reverencia, sino un camino trazado… que luego atraviesa un terreno pictórico, definitivamente personal.

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