Onetti y el escenario revelador

Onetti y el escenario revelador

En el cuento “La Araucaria”, de Juan Carlos Onetti, hay un manejo paradigmático del escenario y que se fortalece, a la hora de examinar la conducta de los personajes, con la observación, muy certera, que hace Antonio Muñoz Molina. Explica él que a los personajes de Onetti les gusta inventar, cuentan mentiras y les agrada oírlas; pero también son proclives a “dotarse de vidas falsas a través de la credulidad del que escucha”.

En “La Araucaria” una mujer al borde de la muerte hace llamar al padre Larsen y a través del recurso de la confesión revive un pecado de incesto. El sacerdote la escuchó:

–Con mi hermano desde mis trece años, él era mayor, jodíamos toda la tarde de primavera y verano al lado de la acequia debajo de la araucaria.

La confesión se hace delante del injuriado. El hombre, antagonista y personaje de equilibrio en la historia, tiene una participación muy fugaz, pero importante. En apenas tres líneas, Onetti dimensiona su presencia: “El hermano se apartó de la pared, dijo no con la cabeza y adelantó una mano hacia la boca de su hermana”.

En el mundo cerrado de los tres personajes la confesión puede ser verdad o mentira. La actitud del hermano es ambigua. No importa lo que el padre Larsen piense. No importa que le diga al hermano de la mujer:

–Déjala mentir, deja que se alivie. Dios escucha y juzga.

En cuanto a Onetti, la última línea del cuento resulta reveladora, no sólo porque define su estructura fundacional y el proceso lógico de la narración llevada por su autor desde el principio, entre la suficiente luz y la necesaria sombra, sino porque ahí, ante la cara del lector surge la grandeza del escritor.

La mirada de un hombre construye todo el cuento y el final, pero es una construcción perfecta y de doble vía, porque sin el cuento, tampoco habría personajes y por tanto no tendríamos a ese hombre cauto, avisado, perspicaz, con un agudísimo sentido de la observación, pero que el lector sólo podrá percibir de manera inmediata, pura y total cuanto llega a la última línea de “La Araucaria”.

El padre Larsen es un singular árbitro en el mundo de una moribunda, a la que el tiempo se le agota. En ese mundo la confesión es el eslabón que vincula íntimamente a los tres personajes. El tiempo corre peligrosamente y el padre tiene la responsabilidad doble de ver y juzgar la confesión.

Todavía cuando dice al hermano: “Déjala mentir, deja que se alivie. Dios escucha y juzga” no está convencido y su conciencia de padre se mueve entre la gravedad de uno y otro pecado. El pecado de la mentira y el otro quizá peor: el incesto. Si la mujer no miente hay un solo pecado: el incesto. El padre tiene que decidir de qué lado está la verdad. Dónde está el pecado y a cuál de los dos absuelve.

La solución está en el final. Juan Carlos Onetti utiliza en ese final ocho palabras. Escribe: “El padre Larsen buscó sin encontrar ninguna araucaria”.

La frase impone así el equilibrio del cuento. La mujer mintió y con esa verdad que descubre el padre Larsen cae y cesa toda la maraña de la incertidumbre.

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