Opción y Obsesión

Opción y Obsesión

Fallida la estrategia, sin dudas. Los grupos y su soberbia, ese elitismo conceptual que aleja y no admite la comisión de errores. Tampoco acepta la percepción equivocada de respaldos, esa fantasía de la aprobación. Engañifa de agendas que pautan y conmueven, el oportunismo y la no discriminación acomodaticia. La trampa de la tolerancia fementida.
Para la generación de abogadas que redactó el texto y logró la promulgación de la ley 24-97, la discusión hoy luce inconcebible. Mujeres partícipes en foros variopintos y respetuosos. En jornadas interminables para establecer la pertinencia del contenido de un artículo. Trabajaron sin padrinazgo clandestino, con el propósito de conseguir un código penal libre de aberraciones, como por ejemplo: el homicidio excusable en caso de adulterio, el matrimonio con menores seducidas para eliminar la infracción. Ese estupro con el requisito de ilicitud y la “normalidad” ;acoso, violencia conyugal y doméstica, sin tipificación; el afán para delimitar las causas que permiten la supresión de embarazo y el intento para demostrar la inutilidad de penalizar el aborto. Décadas después: el vacío. La estulticia como premisa. Para justificar el repudio o el respaldo a las tres causas que permitirían un aborto, los argumentos son abstrusos. Unos, sin rubor, deciden por nosotras. El derecho a optar, anejo a la condición humana, es ignorado. Volvemos a los archivos para reeditar lo escrito. Como si nada hubiera ocurrido antes, continúa el rifirrafe en el siglo XXI. El relevo se reinventa, clama, pero no logra sumar. Retornan las disquisiciones hueras, el exhibicionismo dramático, ajeno al derecho. El agobiante ejercicio de mezclar credo y norma, confundir la penitencia que impone el confesor, con la sanción que el tribunal dicta.
La transformación del código penal dominicano está pendiente desde el año 2000. El proyecto fue observado en el año 2004. El vaivén continuó. Diez años después, el presidente Medina Sánchez consideró que el artículo 107 del código tiene una ausencia de precisión porque “no indica aquellas situaciones excepcionales que ponen en juego derechos fundamentales de mujeres embarazadas, como lo constituyen: el derecho a la vida, la salud, el derecho de su integridad humana, síquica y moral, que constituirían auténticas situaciones eximentes de responsabilidad penal”.
La observación corresponde a lo prescrito en el artículo 42 de la Constitución de la República que obliga al Estado a proteger a las personas en caso de amenaza o riesgo de la integridad garantizada. La decisión auguraba la vigencia de la ley. Reconoce el derecho a optar, que tiene cualquier mujer, por la continuidad o supresión del embarazo, en casos establecidos de manera taxativa. Fue el desmonte de la especie maleva que confunde opción con orden de abortar. Como si la consigna fuera “mujeres aborten”, cuando nadie, jamás, ha propuesto tal truculencia. De algún modo, la marea se tranquilizó. Ahora, una tromba divina e inesperada, pretende arrasar acuerdos y retorcer conceptos. Es el rescate del esoterismo y el disparate. La manipulación de embriones, los fetos inhabilitados para combatir a la gestante asesina. Es la mentira de la piedad, la execrable intromisión en la vida de las mujeres. El menjunje de infanticidio con supresión de embarazo. La obscenidad de convertir una situación de fuerza mayor en frivolidad y pecado, para azuzar prejuicios e infundir miedo. Temor de paranoide porque la realidad demuestra que una cosa ha sido el púlpito y otra el pálpito ciudadano. Es volver a rebuscar la ubicación del alma en los conductos seminales y en los óvulos. Retomar los derechos del cigoto, encontrar su lugar en el limbo o en el paraíso, aunque no exista reserva hereditaria para la multiplicación de las células y la ley disponga la necesidad de nacer “vivo y viable” para ser persona. Más que desempolvar disputas, recurrir al insulto y a las monsergas, acerca de la vida y su empiece, el desafío es descubrir por qué ha ocurrido esto.
El aborto, nunca ha debido estar tipificado como infracción. Sin embargo, está. Para algunos, es obsesión su permanencia.

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