Operaciones restauradoras en la planicie oriental

Operaciones restauradoras en la planicie oriental

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En la década de 1860 el país no contaba con una red de caminos que comunicaran los pueblos del interior. Tan solo existía la comunicación marítima en goletas, veleros o yolas que bordeaban la costa desde el Masacre hasta el río Pedernales, en el sur. Se aprovechaban los ríos caudalosos como el Yaque del Norte y el Yuna para llegar desde la costa a algunas poblaciones del Cibao como era el caso de Cotuí. Todo tenía que hacerse por caminos improvisados abiertos con mochas, palas, picos y por los cascos de mulos, burros y caballos que en tiempo de lluvia se hundían en el lodo y hasta morían sin poder ser rescatados.
La comunicación terrestre entre el Cibao y el Sur era una calamidad. Era una proeza para los que se arriesgaban, ya que los macizos montañosos de la Cordillera Central impedían un rápido desplazamiento. Para ir desde Santo Domingo hasta Santiago era necesario cruzar la llanura oriental al norte de la capital atravesando los ríos Ozama e Isabela y algunos afluentes como el Guanuma. Se llegaba al pie de la Cordillera por el desfiladero del Sillón de la Viuda y se ingresaba al Cibao por Cevicos para llegar a Cotuí, se cruzaba el caudaloso río Yuna y cabalgar hasta La Vega o utilizar la vía fluvial si el río Camú tenía suficiente caudal.
Entonces, ya con el gobierno restaurador instalado el 14 de septiembre de 1863 con Pepillo Salcedo como primer presidente, se decidió extender las acciones militares hacia el sur para aproximarse a Santo Domingo. Se formó una expedición al mando de Gregorio Luperón que cruzaría por Cevicos y llegar a la llanura oriental que se extendía hasta el mar Caribe. El ejército restaurador no podía avanzar si antes no derrotaba a las tropas dominico-españolas de Pedro Santana acantonadas en Guanuma. Estas eran muy superiores a las restauradoras y en un fiero combate en Arroyo Bermejo, Luperón logró una sorprendente victoria. El presidente Salcedo se presentó al campamento de Luperón para destituirlo pero tuvo que reconsiderar su orden ejecutiva por la firme actitud de las tropas apoyando a Luperón. Salcedo se vio humillado y derrotado por las tropas anexionistas de Santana. Luperón se recuperó de sus fracasos iniciales y de nuevo en Bermejo y el triple San Pedro cerca de Don Juan alcanzó resonantes victorias contra las tropas de Pedro Santana.
Cuando los restauradores cruzaron hacia el sur por la zona de Yamasá a Monte Plata y del arroyo Bermejo y el desfiladero del sillón de la Viuda se prepararon para una lucha desigual. Luperón sufrió reveses pero no se amilanó sino que triunfó en el triple de San Pedro y otros lugares e impuso de nuevo su liderazgo. Se vio empoderado para dirigirse hacia El Seybo y a Baní por órdenes de Salcedo. Éste fracasó en el campo de batalla y volviendo a depender de Luperón.
El coraje de Luperón aplastó el poder de Santana que con 63 años ya estaba en desgracia con los españoles y el 16 de junio de 1864 moría en Santo Domingo donde aguardaba que se le deportara hacia Cuba. Entonces las tropas de Luperón fueron dirigidas hacia el sur llevando órdenes para el funesto Pedro Florentino que era un ave de rapiña con los saqueos que exigía a los restauradores en los pueblos liberados de los españoles. O los incendiaba como fueron los casos de Baní y Azua para apoderarse y arrasar con las mercancías y joyas de los moradores. Finalmente Florentino, en una de sus fechorías que lo llevó a Haití a vender mercancías robadas, fue asesinado por uno de sus ayudantes. Así la patria se libró de uno de sus más funestos personajes.
El presidente Salcedo le había enviado instrucciones a Florentino en Baní para que detuviera a Luperón y lo ejecutara. Pero Florentino prefirió remitirlo vía Ocoa a Santiago para que se dispusiera de él. De allí volvió al poder y se le encargó custodiar al presidente Salcedo para enviarlo al exilio y en la ruta Santiago-Monte Cristi se lo entregó a Gaspar Polanco, quien lo fusiló en Maimón para él asumir la presidencia, pero duró pocos meses y lo reemplazó Pedro A. Pimentel y éste por José María Cabral. Hasta Luperón se vio encargado del Poder Ejecutivo. El 10 de junio de 1865 zarpaba desde Santo Domingo el último barco transportando soldados y familias españolas hacia Cuba, poniendo punto final a la Anexión.
Desde entonces la vida política dominicana ha estado dominada por las ambiciones de sus protagonistas y si en aquellos tiempos poco valía la vida, cuando era una asiduidad fusilar a los rivales, ahora al menos se procura el enriquecimiento y hasta un compartir de pares iguales con los mismos objetivos de hacerse ricos con los recursos del Estado. De ahí la gran popularidad de la corrupción que a todos disgusta pero es bienvenida cuando sus coletazos toca a sus puertas.

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