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Fachada SeNaSa

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En estos días, la nación observa con consternación cómo se desentraña el caso que involucra al SeNaSa: la acusación de fraude millonario contra una institución de salud pública, destinada precisamente a proteger la vida y la dignidad de los más vulnerables. Esa traición al bien común no puede describirse de otra forma que como un acto impuro impropio no solo ante la ley, sino ante Dios y la conciencia colectiva.

Por impuro me refiero a una traición moral profunda, una corrupción del propósito para el que fue creada el SeNaSa: servir al pueblo. Y es en ese plano no solo en el de los papeles, los cheques o los balances donde quiero llamar la atención, también con la voz de la Biblia.

El profeta Jeremías advierte con dureza:

“Maldito el hombre que confía en el hombre,

y pone su carne por su brazo,

pues aparta su corazón del Señor”.

Así lo establece Jeremías 17 (v. 5), contrastando la bendición de quien confía en Dios con la maldición de quien pone su fe en la corrupción humana en la vanidad de las fortalezas terrenales. Si los implicados en el SeNaSa pensaron que su poder, su posición o su reputación los libraría del juicio, la Biblia les recuerda que depender del hombre en lugar del Señor es recibir maldición.

Ese desplazamiento del corazón, ese “ponerse la mano en la cuchara grande” desde una posición de servicio, es rechazo de la fidelidad: es pecado. Y no un pecado privado. Un pecado público. Que hiere al más débil.

El dinero no es malo en sí. Pero cuando se convierte en ídolo cuando se ama más que la justicia, la honestidad, la vida del prójimo, la Escritura es clara:

“Porque el amor al dinero es raíz de todos los males...”

Esta advertencia, de 1 Timoteo 6:10, parece escrita en contexto con lo que hoy vivimos: cuando el deseo de enriquecerse en lo público corrompe funciones destinadas al servicio, y ese deseo se convierte en trampa, engaño, estafa.

Quien ve en los fondos de la salud una cueva para saquear, antepone el vil metal al valor de la vida. Y esa codicia no solo merece condena humana con cárcel, destitución, sanción, también juicio espiritual.

Los implicados pueden ser procesados, sometidos a la justicia penal. De hecho, la solicitud de prisión preventiva por parte del Ministerio Público lo demuestra: se solicitó 18 meses para los acusados del presunto desfalco —calculado en miles de millones de pesos — en perjuicio del Estado.

Según el Código Penal de la República Dominicana, en su versión vigente, el delito de estafa contra el Estado se sanciona con penas de 10 a 20 años de prisión mayor cuando el perjuicio afecta fondos públicos.

Pero más allá de la sanción legal que es necesaria, hay una sanción espiritual que trasciende los barrotes, un “peso de conciencia” que marca el alma de quien vendió su vocación por codicia. Porque, como bien dice la Escritura, confiar en la carne en lugar de Dios trae maldición.

Este caso no se trata de un robo común: la víctima es la salud pública, la esperanza de quienes menos tienen. Al fallar, los responsables fallaron al sistema de salud dominicano, a la solidaridad nacional y a la dignidad del pueblo.

Como expresó el presidente Luis Abinader esta semana, su gobierno ordenó una investigación inmediata, entregó el informe al Ministerio Público, y pidió que el SeNaSa se constituya en actor civil para recuperar los fondos sustraídos.

Eso es justicia. Pero la justicia real exige algo más: restaurar la confianza, pasar de la indignación al compromiso ciudadano, garantizar que lo público sea realmente de todos, no del que tiene “la cuchara grande”.

El escándalo del SeNaSa es o debe ser, para todos nosotros, una llamada urgente. Una señal de alarma moral. No basta con castigar; hay que repensar cómo concebimos lo público, la ética del servicio, la responsabilidad social.

Porque la inteligencia humana puede temporalmente burlar leyes, contabilidades, controles. Pero no puede escapar del ojo de Dios. Y como dice la Escritura, “la maldad del hombre no se oculta de Él; su corazón lo delata”.

Que este acto impuro, descubierto y condenado sea también semilla de renovación: de fe, de justicia, de integridad. Que los responsables paguen ante la ley. Y que nosotros como ciudadanos nos mantengamos vigilantes, exigentes, fieles al bien común.

Sobre el autor
Cristian Mota

Cristian Mota

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