Guardianes de la verdad Opinión
Rafael Acevedo Pérez

Rafael Acevedo Pérez

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En buena medida, resulta novedoso el señalamiento del director del Conep, Celso Juan Marranzini, de que “el principal tesoro de la República Dominicana es la estabilidad política con crecimiento económico y paz social”.

Aunque a diario se nos presentan indicadores de crecimiento y de nuestra posición bastante competitiva frente a los demás países de la región, aparecen analistas reconocidos que advierten sobre riesgos y debilidades de nuestra economía, y politiqueros respondones que ponen en duda la validez y confiabilidad de los informes de organismos internacionales.

Pero los hechos se imponen y aún la gente parece entender y aceptar: Nuestra economía crece, y que como destaca el director del Conep, aparece en medio de un ambiente de paz social.

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Resulta de toda justicia aceptar que tanto nuestros gobernantes como nuestros ciudadanos han venido manteniendo un razonable nivel de cordura respecto a los manejos de los asuntos públicos, sociales y personales. Sin quitarle méritos a factores como los aportes de nuestros migrantes, esos dominicanos que desde el exilio envían puntualmente esos “money orders”. Y que cuando les queda holgura vienen a visitarnos en tiempos de Navidad.

Y es ostensible para cualquier extranjero: La cordialidad, la actitud desprejuiciada y la laboriosidad de tantos criollos; en la agricultura, en la industria, el turismo y otras áreas. Y los esfuerzos de quienes han estado dirigiendo desde el Estado, el comercio y la industria el crecimiento del país.

Pese a tantas maniobras indelicadas, indecorosas y a menudo incomprensibles de nuestros políticos, hombres de negocios, entre nosotros hemos respetado el orden social, lo suficiente para que sea notado en nuestros países vecinos y nuestros visitantes.

Se trata de un mérito extraordinario, especialmente en estos días, en que la difamación es arte y oficio tecnológicamente sofisticado y fuera de todo control. Dicen y desdicen del presidente como de cualquier funcionario, ciudadano o vecino.

Un juego tan novedoso y divertido como perverso, que pese a todo no ha sido capaz de desestabilizar la economía ni nuestro ordenamiento social.

Acaso toda esta desinformación crea dudas y a la vez imposibilita al ciudadano respecto de su posibilidad de estructurar y viabilizar su reacción y se ve finalmente obligado a callarse y permanecer quieto, entre una indiferencia, una incapacidad y una paz que se le convierte en un valor en sí misma.

Un ciudadano que ha aprendido a adaptarse con actitud valiente a los conflictos sociales y políticos, a las imposiciones extrajeras; y a la corrupción, ya enfrentándola, ya adecuándose.

Sobre todo, es de obligada justicia reconocer que la materia prima del dominicano está sustanciada de amor y de perdón, y de la esperanza que a la enorme mayoría de los nuestros, y especialmente a nuestros jóvenes, les da una firme conexión entre un aquí y un “más allá”, y entre el amor y la esperanza que Cristo Jesús puso en nuestra Alma Nacional, desde nuestra fundación, en 1844; y nuestra herencia cultural judeo-hispánico-cristiana, soporte frente a los padecimientos de cada día, y aún frente a los avatares que puedan traer los tiempos por venir.

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Rafael Acevedo

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