Democracia hueca
ROSARIO ESPINAL
En este inicio de año electoral, en que las fuerzas políticas se enfrentarán para obtener la Presidencia, es oportuno reflexionar sobre la tensión que zarandea la democracia dominicana. Un sistema político democrático necesita establecer niveles importantes de eficiencia gubernamental para poder dar respuesta a las expectativas de bienestar de la población.
Como lo demuestra la historia latinoamericana, es difícil sostener por mucho tiempo democracias de alta desigualdad y con amplios segmentos sociales excluidos de la distribución de beneficios.
Hacer el sistema eficiente supone atenuar las polarizaciones políticas, para lograr acuerdos que sirvan de base a una distribución más equitativa de los recursos, sin llegar al abuso de los derechos políticos de la ciudadanía.
Es decir, en una democracia es imposible realizar reformas sin el apoyo político, explícito o tácito, de distintos sectores sociales.
Por otro lado, un sistema democrático necesita pasión política para mantenerse vivo, como ha señalado Chantal Mouffe. Para ella, la principal amenaza de la democracia contemporánea es la visión del mundo que asume un consenso en el centro, donde no hay deslindamiento de diferencias reales entre las propuestas de las fuerzas políticas.
La vaporización de las diferencias ideológicas, tan alabada por algunos como signo de progreso posmoderno, es para Mouffe un fenómeno preocupante, porque, disminuidas las diferencias ideológicas, el debate político pierde fuerza y se crea la falsa ilusión de que es posible acomodar las demandas de todas las partes en conflicto.
En este contexto de análisis, ni el pluralismo (aceptación de la diversidad) ni el consenso (acomodamiento de la diversidad) es particularmente democrático, aunque aparenten serlo, porque, según Mouffe, al contenerse o diluirse la confrontación de las diferencias, se abre el espacio para el surgimiento de movimientos políticos no democráticos que sí fomentan la pasión política. Un ejemplo es el populismo.
Además, si la identificación pasional no se produce en la política, la gente busca llenar su necesidad de pasión en otros espacios como las religiones.
En la República Dominicana ha habido abundancia de pasión en la política. La razón es que los tres caudillos del postrujillimo libraron sus principales luchas en un contexto cargado de polarización ideológica, propio de la Guerra Fría de los años sesenta y setenta, y se mantuvieron guiando la política hasta los años noventa.
Desde 1978, si embargo, se afincaron las tendencias convergentes en vez de las polarizaciones. La similitud de proyectos se produjo en tanto los tres partidos principales accedían al poder y adoptaban estrategias de gobierno parecidas.
Todos afirmaron su vocación clientelista, dejando de lado las utopías de reformas políticas, ya fueran conservadoras como en el caso del PRSC, o progresistas en los casos del PRD y PLD.
Entre 1996 y el 2000 se cerró el ciclo de pasión ideológica que por tres décadas había guiado la política dominicana.
La alianza PLD-PRSC en el Frente Patriótico de 1996 marcó el fin de la diferenciación ideológica, mientras la debacle gubernamental del PRD en el 2000-2004 marcó el fin de la utopía reformadora que inspiró ese partido por más de medio siglo.
Enterradas las confrontaciones y utopías, la política dominicana ha mantenido un cierto grado de pasión apoyada en la necesidad de sacar del poder a los malos gobiernos.
Esas pasiones negativas definen los procesos electorales, pero carecen de la energía esperanzadora que sustenta la construcción de alternativas renovadoras.
La democracia dominicana como sistema de competitividad electoral es relativamente estable, porque el sistema de partidos ha podido sobrevivir hasta la fecha en el tránsito de la política ideológica a la clientelar. Pero es un sistema político carente de pasión positiva, porque no hay modelos políticos alternativos en torno a los cuales se enfrenten las fuerzas electorales.
Además del vaciamiento ideológico, el sistema democrático dominicano es flojo en establecer un nivel de eficiencia gubernamental que garantice a la ciudadanía las protecciones y servicios básicos para su bienestar.
Así las cosas, la democracia dominicana es hueca. El sistema perdió la pasión del modelo político de confrontación ideológica de los años sesenta y setenta, y no logró la modernización del sistema socio-económico que se esperó en los años ochenta y noventa.