Guardianes de la verdad Opinión

La República Dominicana es un país consagrado a Dios y defensor de sus valores

CristianMotax

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El reciente acto del exembajador de los Estados Unidos en la República Dominicana, James “Wally” Brewster, al afirmar que ofició la boda de dos hombres en nuestro país, ha despertado una legítima ola de indignación entre los dominicanos. No se trata de intolerancia ni de prejuicio, sino de una defensa de nuestra soberanía, de nuestras leyes y, sobre todo, de los valores espirituales y morales que han cimentado a la nación desde sus orígenes.

El evangelio según San Juan, capítulo 8, versículo 32, nos recuerda: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” La verdad, en este caso, está escrita en la Palabra de Dios y en las normas que rigen nuestro Estado.

Esa verdad es que el matrimonio, como institución natural y jurídica, es la unión entre un hombre y una mujer. Así lo reafirmó recientemente la Junta Central Electoral (JCE), dejando claro que en la República Dominicana “el matrimonio es solo entre un hombre y una mujer.” No hay interpretación posible ni ambigüedad que pueda alterar esa base legal y moral.

El libro de Oseas, capítulo 4, versículo 6, advierte con severidad: “Mi pueblo perece por falta de conocimiento; y como tú rechazaste el conocimiento, yo te rechazaré a ti del sacerdocio.” Esta advertencia bíblica cobra fuerza hoy cuando vemos cómo algunos pretenden imponer agendas ideológicas extranjeras, revestidas de modernidad y derechos, pero que en realidad buscan desnaturalizar lo que por mandato divino fue establecido desde la creación del mundo: la familia formada por un hombre y una mujer.

La República Dominicana no es un país cualquiera. Somos una nación consagrada a Dios. En nuestro escudo y nuestra bandera reposa abierta la Biblia, en el evangelio de San Juan 8:32, y esto no es casualidad. Es una declaración de principios. Nuestra identidad nacional está profundamente arraigada en la fe cristiana y en los valores espirituales que nos definen como pueblo. No permitiremos que ningún extranjero, sin importar su rango o su procedencia, pretenda violar nuestras leyes, alterar nuestras costumbres o desafiar nuestras convicciones morales y religiosas.

La Constitución dominicana, en su artículo 55, establece claramente que: “El matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer, concertada libremente con la intención de formar una comunidad de vida y de ayuda mutua.” Este principio no solo está en consonancia con nuestra tradición jurídica, sino que responde a la concepción natural y espiritual del ser humano. Pretender alterar esa definición no es una simple cuestión de diversidad, sino un atentado directo contra el orden constitucional y el espíritu nacional.

El libro del Levítico, capítulo 20, versículo 13, es contundente: “Si alguno se acuesta con varón como los que se acuestan con mujer, ambos han cometido abominación; ciertamente han de morir; su sangre será sobre ellos.” Aunque vivimos en tiempos donde se busca relativizar la moral, la Palabra de Dios sigue siendo inmutable. No cambia con las modas ni con las presiones externas. Aquellos que se erigen como líderes o representantes deben respetar los valores del país donde sirven, no transgredirlos bajo el pretexto de la diplomacia o la libertad personal.

Defender nuestros principios no es un acto de odio, sino de coherencia con nuestra historia y con la fe que nos ha sostenido como nación. Cada pueblo tiene derecho a preservar su identidad cultural y espiritual, y la República Dominicana no es la excepción. No podemos ceder ante presiones extranjeras ni ante discursos que buscan confundirnos con falsas nociones de progreso.

Cierro con una reflexión del filósofo español George Santayana, en su obra “The Life of Reason” (1905): “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo.” Esta frase debe servirnos de advertencia. Si olvidamos los fundamentos sobre los cuales se construyó nuestra nación, la fe, la familia y el respeto a la ley divina, corremos el riesgo de repetir los errores de sociedades que, al apartarse de Dios, perdieron su rumbo moral y su esencia.

La República Dominicana debe mantenerse firme: fiel a Dios, fiel a su Constitución y fiel a su identidad. Porque sin esos pilares, simplemente dejaríamos de ser lo que somos

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Cristian Mota

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