Sorprende a papá
POR COSETTE ALVAREZ
Bajo ese tema he estado recibiendo correos electrónicos a mis cuatro direcciones. Por supuesto, no los he abierto, pues ya no sabe una cuál será el reenvío conteniendo el virus que nos dejará sin instrumento de trabajo por un buen tiempo. Imagínense que recibo mensajes que parecen enviados por mí misma, y también por las personas con las que me carteo con frecuencia, absolutamente, peligrosamente, infectados.
Pero, al grano. Me luce una buena idea sorprender a papá en su día. Sorprendámoslo con una muestra contundente de que hemos alcanzado un cierto nivel de conciencia, de que tenemos una imagen clara y precisa de su figura, de su relación con nosotros.
Con esto quiero decir que si eres hijo o hija de un padre responsable, amoroso, cumplidor de su papel ante ti, en esa misma medida, en su día, reconoce el valor, el peso, la importancia que esto ha tenido en tu vida. Con esto, lo sorprenderás.
Ahora, si eres el fruto de un padre irresponsable, ausente (aunque viva en tu casa), sorpréndelo también. En este caso, ni siquiera tienes que acudir a tu imaginación. Todo es patéticamente real, todo está ahí, a la vista. Puedes preguntarle, por ejemplo, qué se siente al saber que se tiene un hijo o una hija de tu tamaño, de tu edad, con tus logros y tus fracasos, con tus satisfacciones y tus frustraciones, con tus abundancias y tus carencias, sin tener la más remota idea sobre cómo llegaste a ese punto, sin haber participado, ni con el pensamiento, en tu desarrollo.
Déjalo ver, con sus propios ojos, en lo que se convirtieron sus cromosomas, los que portaron aquel espermatozoide que se les escapó; adónde has llegado sin su presencia, sin su tiempo, sin su apoyo, sin su ejemplo (gracias a Dios), sin su orientación, sin su dinero, sin él. Y, antes de perdonarlo en aras de tu propia paz interior, primero honra a la madre, la tía, la abuela, la vecina o quien quiera que se haya ocupado de ti, mandándolo, en tu fuero interno, siete veces a la mierda o al carajo, lo que te quede más lejos.
Eso sí, no te pongas buena gente al final ni quieras ganarte el Cielo cargando con ese hombre que se desentendió de ti cuando ya quienes lo disfrutaron lo tengan más arriba del moño y él no pueda valerse por sí mismo. No te corresponde. Tú también fuiste indefenso/a y tuviste que crecer sin él. Sorpréndelo con tu entereza, con la fuerza de tus convicciones.
¿Sabes por qué te aconsejo todo esto? Talvez piensas que soy una madre soltera resentida – y de hecho lo soy. Pero ése no es mi móvil. Es que lo que tiene este país rejodido es eso, la naturalidad con la que aceptamos la irresponsabilidad de quienes lo administran y, mucho peor, la sumisión con la que recogemos los platos rotos y hasta los pagamos.
Sí, señor. La Patria es una madre soltera y sus ciudadanos y ciudadanas somos su prole. Cual familia, aceptamos, fomentamos y cargamos con la irresponsabilidad de los padres que, en este caso, son los gobernantes. ¿Cómo progresa un país así? ¿Leyeron el artículo del doctor Segundo Imbert el domingo pasado? Si no, búsquenlo en las ediciones anteriores en la red (bueno, en caso de que ya esté disponible, porque ese servicio se encontraba en avería la última vez que intenté usarlo).
Lo digo y lo repito hasta el cansancio: un hombre que se desentiende de sus hijos e hijas de ninguna manera puede ser confiable para los asuntos nacionales, con tan mala suerte que de ellos están llenos todas las instancias del poder, de la nunca bien ponderada sociedad civil, de los ejércitos, de las iglesias, de los partidos políticos por muy comunistas que sean.
En estos días, viendo televisión obligada, pues el aparato me quedaba de frente en el gimnasio y el volumen no era como para ignorarlo, escuché un comentario sobre nuestro sistema judicial, en el sentido de ciertas perlas que lo rigen, tales como «si no hay cadáver, no hay homicidio» (o sea, que si usted mata a alguien, lo tira al mar y los tiburones se lo comen, usted no es homicida de acuerdo a nuestra mejor jurisprudencia); y, la mejor: «si no hay querella (parte civil constituida), no hay delito», en un país donde la justicia ha llegado a aplicarse, no de manos propias, sino de lengua propia, es decir, lejos de acusar formalmente a alguien de cualquier delito o infracción, mejor lo desacreditamos, regamos la especie y nos quedamos de lo más contentos, porque ignoramos que nos estamos haciendo cómplices del hecho y no hay nada ni nadie que nos lo recuerde ni reclame.
Lo cierto es que, cuando nos ponemos a pensar en nuestros jueces y nuestras juezas, en lo que debería ser su probidad (su vida diaria desde que nació, que no incluye bebentinas ni todo lo demás – mucho menos los escándalos – en los bares de Ciudad Nueva u otros barrios); cuando constatamos adónde queda de verdad la más íntima convicción de esos seres; no hablemos de la brutal gala de sus (des)conocimientos tanto de las leyes y su aplicación como de los procedimientos, cualquiera no sale de su casa a bregar con ellos y, en el mejor de los casos, «se lo dejamos a Dios», aunque por lo general, tendemos a hacer catarsis, es decir, a desembuchar, a bembetear para que, aunque sea en una porción de la sociedad, la persona quede proscrita, señalada. Este método es muy práctico para la prevención de infartos, pero también es peligroso, porque como tampoco prosperan los casos de difamación e injuria, puede provocar círculos de venganza o, cuando menos, redes de insultos y agravios.
Entonces, si tu padre, además de haber sido irresponsable contigo es parte del sistema que nos gobierna, sorpréndelo dos veces, porque talvez tú pudiste evolucionar sin él, pero nuestro país, con y por él, se estancó.