Opiniones desabridas y predecibles

Opiniones desabridas y predecibles

¿Quién no tiene algún amigo de ésos con pocas ideas que siempre habla de lo mismo al punto que recuerda una película repetida cuyos parlamentos uno se sabe de memoria? Pudiera aplicarse lo que digo a ciertos políticos. Pero hoy haré otro “hara-kiri”: me refiero a mis colegas los periodistas.

El viejo dicho de que cuando uno se agacha mucho se le ven los refajos si es mujer u otra cosa si es hombre, tiene una aplicación particular a cierta clase de periodismo que estamos padeciendo los dominicanos. Se trata de cuán predecibles se han tornado algunos otrora excelentes articulistas, cegados en su pasión política.

Es un innegable dato de la política y de la comunicación social que quien más se beneficia de una prensa vigorosa y crítica son los propios gobiernos, obligados ante la vigilancia de la sociedad a guardar cierto “prigilio”, que es como en antes se llamaba al recato y la prudencia combinados.

En este gobierno, hay tela para cortar muchos “fluses”, pero los sastres han sido malísimos.

La opinión pública parece intuir que, aun cuando pueda haber más sustancia que simple cháchara, muchos periodistas están tristemente signados por el partidarismo fanático, o si no, por la más irracional pasión anti-peledeísta.

Pero lo mismo puede decirse de la mayoría de los apologistas o amanuenses oficiales, que sólo ven las cosas buenas del gobierno y se enorgullecen de ser parte del coro de alabarderos que está empeñado en “hacer opinión” a favor de uno u otro funcionario, según a cual claque pertenezca.

El periodismo dominicano necesita sacudirse de la pasión del sectarismo, tanto a favor o en contra de cualquier cosa, porque el peor periodismo es el que se hace para servir una causa distinta al mejor interés público. Entre nosotros hay más relacionistas disfrazados que auténticos periodistas y eso es trágico.

Quizás pueda decirse que los gobiernos son tan malos o tan buenos como la prensa que les toca.

Creo legítimo que cada periodista tenga sus preferencias, incluso es más sano transparentarlas.

En mi caso prefiero a Leonel Fernández, pese a sí mismo.

Pero es insensato creer que el preferido de uno siempre tenga razón y el otro nunca, o renunciar a la crítica. Ofende a los lectores ser absolutamente predecible. ¿Para qué leer u oír o ver si se sabe qué dirán?

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