Oportunidad perdida

Oportunidad perdida

PEDRO GIL ITURBIDES
Chávez sale a la calle todos los días en procura de alguien con quién pelear. Olvidémonos del problema con la Exxon, y, a consecuencia de éste, con el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. Centrémonos, por esta vez, en la amenaza que lanzó contra la empresa Polar. Con poco más de dos tercios de siglo en el campo de la agroindustria, la firma es acusada de producir una escasez artificial de algunos de los bienes que fabrica. Y escribimos por esa acusación, pues de esos inconvenientes debíamos aprovecharnos.

Pero estamos perdiendo la oportunidad de producir para exportar, a cuenta de la deuda generada por el petróleo. Al bendito acuerdo le hemos dado todas las vueltas del mundo, a los fines de no aprovechar sus beneficios. Mas, no se ha trazado una política dirigida a vencer una inercia que «nos tiene pobres porque somos pobres». Lo que en realidad somos, a no dudarlo, es pobres de iniciativas. Porque hace rato debíamos estar vendiéndole toneladas de tubérculos de distintas variedades, musáceas de los dos tipos básicos de consumo como alimento de cocción, y hasta aves de corral. Nuestros propios dislates, a propósito de éstas, nos han impedido estar colocando pollos, en ese mercado.

La amenaza de intervención lanzada por Chávez contra los dueños de Polar es por la harina de maíz. Algunas entidades empresariales venezolanas argumentan que el desabastecimiento es causado por las políticas de control de precios. El mandatario esgrime en cambio, dos razones diferentes a ésta. La una, la venta y exportación irregular de la producción venezolana hacia Colombia. La otra, trastadas monopólicas. Con esto último, por supuesto, retorna Chávez a sus insuperables litigios con todos los empresarios de su tierra.

En medio del chisme podíamos hallarnos produciendo en forma intensa, para colocar algunos bienes de consumo, y tal vez de otro tipo, en aquellos mercados. Además de las ventajas derivadas del aprovechamiento del acuerdo de Caracas, podríamos estar creando, por nueva vez, puestos de trabajo en los campos. A ustedes les he contado, una que otra vez, que veleros dominicanos, de Tatá Martínez, Tito Mella y los hermanos Pichirilo, viajaban por las Antillas llevando estos productos. Fue su época, la propia de unos tiempos en que la población dominicana se hallaba mayoritariamente en las zonas rurales.

Esa flota, ya desaparecida, tendrá que resurgir si queremos transportar sin los precios oligopólicos de la convención de las firmas navieras. Como también debe reaparecer una política de producción como las impulsadas en los años de los decenios de 1940 y 1950. No pido tanto como la resurrección de las implicaciones políticas de «las diez tareas». Porque vivimos en democracia, y no es propio del sistema atosigar a los vagos y exigirles que demuestren ocupación productiva. Pero podemos establecer otros mecanismos que propulsen la agropecuaria con mayor vigor que los prevalecientes. No tanto para aprovechar el convenio de Caracas, sino para mantener el país trabajando, y con más definidas posibilidades de buscar mercados por doquier.

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