Optimismo esperanzador dominicano

Optimismo esperanzador dominicano

Historiadores, sociólogos, pensadores, escritores, políticos, médicos y otros profesionales de las ciencias y de las artes criollas han expresado con valederas razones, opiniones negativas acerca de la viabilidad futura de nuestro proyecto de Estado-Nación. Intelectuales del calibre de José Ramón López, Francisco Eugenio Moscoso Puello, Juan Isidro Jimenes Grullón, por solo citar a tres, han fundamentado sus visiones pesimistas del presente y el porvenir republicano quisqueyano. Ante la ola creciente de atracos en plena luz del día en las calles y callejones de nuestras principales ciudades y barrios es lógico pensar que mucha gente sienta gran temor cada vez que sale hacia su trabajo, o se ve compelida a llevar a cabo una que otra diligencia fuera del hogar. Cada día son menos las personas exentas de haber sido víctima de uno que otro malhechor. Lo extraño es que nos sorprendamos e incluso nos molestemos cuando las autoridades de otras naciones recomiendan a sus ciudadanos tomar las precauciones de lugar cuando visiten nuestro territorio.
Sin embargo por cada motivo que se esgrime para validar el deprimente cuadro dramático de pesar y miedo, encontramos mil razones para reír y cantar. La dominicanidad es alegre y bullanguera, optimista y fiel creyente en un mejor mañana. En medio de la peor catástrofe el imaginario popular siempre encontrará una salida airosa para sobrevivir a la tragedia. Nadie se muere en la víspera, dicen algunos, aún no le ha llegado su hora, expresan otros. En fin, que el común de la gente no se amilana ante la adversidad circundante. Nuestro pueblo se crece ante el peligro y lo afronta con valentía y estoicidad. Rara vez damos por perdida la batalla; solemos consolarnos con decir que podremos haber fracasado en el combate, pero jamás nos derrotan en la guerra.
Ese espíritu indomable de luchadores eternos a favor de la salud, la dicha, la prosperidad, felicidad y el bienestar de la familia nacional está latente en la mente de cada uno de los hombres y mujeres de buena voluntad que pueblan el territorio de la República Dominicana.
Hemos sido testigo de primera línea de una aparente paradoja en la conducta del pueblo humilde: a mayores niveles de pobreza material, mayor capacidad de cooperación e identificación con la causa de los demás. He visto a gente despojarse de lo poco que tienen para entregárselo a alguien que lo necesita con urgencia; personas que dejan de llevarse el pan a la boca para dárselo a un hambriento. ¿Quién no ha vivido la conmovedora experiencia de ver a una humilde familia compartiendo su techo con un desamparado? Así mismo lo vemos identificándose ante el dolor de la muerte y la dicha del nacer. El nuestro es un pueblo noble y viril; sabe crecerse ante adversidad y siempre logra una salida.
“Coincidiremos en que queremos un país próspero y en paz, con igualdad de oportunidades para todos y todas. Un país en el que cada familia pueda vivir segura, tener un trabajo y un hogar digno y ver a sus hijos crecer sanos y felices. Coincidiremos en que queremos desterrar el hambre, la miseria, la injusticia y la exclusión… Elijo intentar nuevos caminos, buscarle la vuelta a los problemas, pero nunca rendirme. Prefiero vivir en el país del vaso medio lleno, del optimismo, del “sí se puede”, del “vamos arriba”.
Eso dijo el presidente Danilo Medina. Pasemos del dicho al hecho.

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