Optimismo frente a adversidades

Optimismo frente a adversidades

Abrumados por tantas calamidades cívicas y morales que se abaten sobre la Nación, es poco el espacio para ser optimistas que ya quisiéramos muchos de los más viejos, poder emigrar y asentarnos en algún lugar sin tanta delincuencia y sin temores de una miserable existencia por servicios públicos deficientes que, aún contando con recursos, la misma es insegura.

El siglo XXI nos ha traído un ambiente que con el aumento de la población, la globalización, la delincuencia, auge de las comunicaciones y la inmigración masiva de haitianos, junto con la modernidad que proporciona el auge del turismo ha ocasionado un severo deterioro de lo que era más preciado, que fue la unidad familiar, a lo que se ha añadido el avance incontrolable del negocio y consumo de drogas, afectándose severamente la supervivencia del país.

Estamos atravesando una etapa que afecta severamente la gobernabilidad y nos coloca en la incertidumbre al ver de cómo se nos aglomeran las acciones delictuosas y el predominio de un sub mundo que, con el poder del dinero que exhiben, hacen sucumbir a quienes son responsables del orden. Y es que son los más débiles para aceptar sobornos y enrolarse en el mundo de la corrupción. Así, queda poco margen para una lucha digna de preservar a esta Nación, sometida a tantos embates externos e internos que se van agravando a medida que transcurren los años del presente siglo.

Debemos asumir la tarea de iniciar la revolución moral, que debe ser parte de las decisiones de la mayoría sana de la Nación. Y los más llamados a ser los cabecillas, no son los dirigentes religiosos o cívicos, sino que debe ser una aceptación masiva nacional de la tarea impostergable de frenar la debacle de la Nación. Pero es necesario que las autoridades actuales, conocidas por sus engreimientos y tozudez de prestar oídos sordos a los fuera de su entorno de élite, acepten las sugerencias positivas, para darle un espacio a los de afuera e imiten al presidente Fernández.

Estamos en el umbral de un período decisivo para el futuro de las generaciones. Ya no es cuestión que podríamos sobrevivir en el exterior o encerrarnos en una burbuja de cristal, ajeno a lo que ya acontece en el entorno; por el contrario, nos enfrentamos a una dura realidad de que solo bajo un liderazgo responsable, sin mezquindades políticas ni trampas, integrar una cadena de los entes cívicos y hacerle frente a todo lo negativo que nos agobia, avanzando sin tregua para sucumbir como Nación.

Ojalá que las palabras presidenciales del pasado sábado 16 no sean tan solo para darnos ánimos e ilusionarnos, sino que sean de un propósito de enmienda para llevar al país por  un sendero de realizaciones. Que lo prometido ese día pueda al menos materializarse en un porcentaje aceptable. Que no continuemos sumergidos en este desánimo que nos hace revivir el pesimismo que con tanto denuedo se ha combatido, pese a que José Ramón López, Américo Lugo y Antonio Zaglul nos clasificaban como pesimistas insalvables por las profundas raíces genéticas que nos caracterizan.

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