Optimismo presidencial
frente a un pueblo incrédulo

Optimismo presidencial <BR>frente a un pueblo incrédulo

El mensaje presidencial que acompañó las memorias de la gestión gubernativa del pasado año, que el presidente Fernández depositó en la reunión conjunta de las Cámaras Legislativas el pasado sábado 27, contrastó sobremanera con el mensaje de los obispos, que con certeza señalaron los grandes males que gravitan sobre una Nación desconcertada y un gobierno encerrado en su burbuja del optimismo permanente.

Y ese mensaje presidencial no podía ser de otra manera, ya que el presidente Fernández no podía complacer a la oposición diciendo que todo estaba mal, y tampoco a los optimistas, beneficiados de las debilidades oficiales de no enfrentar los actos de cohecho y dispendio de los recursos estatales.

Fue un mensaje equilibrado donde la verdad presidencial permitió mostrar realidades, y de que el país no se desmoronó, gracias a esa fortaleza sustentada en las políticas monetarias y financieras apuntaladas por las acciones del Banco Central, que permitieron sortear los riesgos de la crisis mundial y hasta presentar un crecimiento del 3,5% y una inflación menor del 6%.

En sí hubo una estabilidad de los precios y se disfrutaron de intereses reducidos para que la gente accediera a las ventanillas de los bancos a buscar préstamos. Durante el año ocurrió un fenómeno alcista que las amas de casas sufrieron en sus compras de provisiones y nadie le puso atención, ni el activo Pro Consumidor que ya parece encontró su rol protector de brindarles confianza a los compradores.

Lo bueno de los mensajes presidenciales de cada 27 de febrero es que, cuando destacan los problemas irresolutos, los tratan en tercera persona como si tal cosa no les tocara a ellos y exponen ideas generales para que otros sean lo se enfrenten las urgencias y evadiendo las responsabilidades para la cual fueron electos por la mayoría de los votantes, que creyeron sus promesas de campaña y es la realidad y magnitud de los problemas se agobian y ahogados por la magnitud de la tarea de gobernar a 10 millones de seres humanos.

El mensaje continuó siendo novedoso por el uso que presidente Fernández de las maravillas de la electrónica y de invitar a destacadas figuras que, por algún motivo, tuvieron un papel destacado en sucesos del pasado reciente. Eso permitió que muchos legisladores y funcionarios no echaran su “pavita” como es costumbre cuando los discursos son tediosos, más formales pero menos creativos.

No fue una novedad decir que la corrupción es un hecho aislado en su administración; otra cosa no podía decir y que él no tiene amigos a la hora de defender los recursos del Estado, pero se recostó en organismos internacionales convocados para diseñar una estrategia de combate a la corrupción oficial, cosa que pone en aprietos a esas entidades.

Lo más valiente del presidente Fernández fue definir a los culpables del aumento del consumo de drogas, cuyo tráfico es a través de los países caribeños y centroamericanos pobres, ya que a medida que aumenta la demanda en Estados Unidos y en Europa, más sectores se incorporan al mismo, como lo demuestra la prosperidad dominicana donde el lavado es un puntal de la solidez económica del pasado reciente.

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