Optimismo

<p>Optimismo</p>

ROSARIO ESPINAL
Podría llenar este espacio como lo hago habitualmente con una retahíla de problemas sociales y políticos que aquejan la sociedad dominicana. Es lo esperado, necesario, honesto y consecuente; es la expresión del compromiso con la historia y la objetividad.

Pero me arriesgaré a caer en una irresponsabilidad intelectual, en una violación a la ética profesional, en una zanganada, o quizás, en una pérdida de tiempo para los lectores de esta columna.

Comienzo solicitando un receso para la impaciencia. Es fin de año. Nos queda todo el que viene para formular quejas, expresar frustraciones, identificar problemas y señalar culpables.

El lamento, el resabio y hasta la crítica bien articulada son siempre puntos seguros de retorno para expresar nuestros malestares. Así sucederá inexorablemente en el nuevo año.

Por su magnitud, los problemas se impondrán y nos perturbarán, aunque intentemos acomodarnos para convivir con ellos y obviar esfuerzos para mejorarlos por temor a los fracasos.

En esta ocasión escribo sobre el optimismo, ese torbellino interno que por su genial sutileza aplacamos con frecuencia o encerramos en armario de siete candados para coexistir con la impaciencia, la rabia o el desaliento que traen las adversidades, los deseos inalcanzados, los sueños irrealizables.

Seré práctica y sencilla, incluso simplista, en los planteamientos que hago.

Propongo una tregua de algunos días para pensar positivamente, reemplazar las quejas por nuevos anhelos, los sinsabores y la desesperanza por una renovación de deseos.

Así como sugieren los libros de autoayuda que pululan en las librerías y puestos ambulantes; esos que la gente busca afanosamente para aplicar como ungüento balsámico a los dolores que producen los males irresueltos.

Regocijémonos, aunque sea por unos días, en el optimismo, la esperanza y la benevolencia. Es sólo un experimento; si no funciona, es posible volver a los lamentos, las quejas y la sensación de impotencia que tanto atormentan.

Por unos días, cuando surjan y resurjan pensamientos negativos, inconformidades o rechazos viscerales, detengámonos, hagamos algo sencillo para aplacar el malhumor, la angustia o la desesperación. Por ejemplo, tomar un jugo fresco, contemplar la inmensa naturaleza que nos cobija, o pensar en el esfuerzo humano que nos permite saborear las delicias más sencillas de la vida.

Celebremos la energía que nos da el agua o una fruta, el placer de tragar lento o apresurado, la satisfacción que producen los olores y sabores. Pero evitemos la tentación de pensar inmediatamente en la contaminación del agua, los fertilizantes carcinógenos o los altos precios.

Es cuestión de esperar unos días para emitir todas las críticas sobre el medio ambiente, las enfermedades y el costo de la vida.

Toquemos el agua dulce o salada, hagamos burbujas (esas de amor), contemplemos el azul majestuoso que acompaña con frecuencia nuestro mar y cielo.

Disfrutemos del aire fresco que se asoma en este tiempo acompañado de ricas aromas.

Vayamos al frutero, al colmado, al mercado, al hospedaje, al supermercado, al patio, o a alguna finca a buscar frutas autóctonas o extranjeras.

Toquémoslas, sintamos su envoltura arrugada, fina, gruesa, blanda o fuerte. Mirémoslas con deleite geométrico, probémoslas mordida a mordida, o con corte preciso.

Descartemos las malas, pero sin quejarnos. Pudo haberse equivocado la naturaleza o quizás alguien las cortó a destiempo. No toda imperfección tiene mala intención.

Sigamos sintonizados con el optimismo, con la majestuosidad de las minuciosidades de nuestro entorno, con este presente que nos augura futuro.

Recordemos que el posibilismo es siempre buena compañía, y que, aunque querer no siempre es poder, querer ayuda a poder.

Pensemos en trillar nuevos senderos e imaginemos cambios posibles. Tal vez podamos mejorar nuestro entorno, pensar en el bienestar futuro al emitir opiniones, tomar decisiones y ejecutar nuestras acciones.

El pasado ya ocurrió y el presente siempre se esfuma como un relámpago. Sólo nos queda el futuro para ser diferentes; sólo hacia adelante es posible construir algo distinto y dedicar energías a lo que supuestamente deseamos cambiar.

Se va el año, esa invención del tiempo medido cronométricamente que nos permite celebrar la llegada de un nuevo número. Ahora será 2007.

Para festejar su llegada, enfoquemos las energías en las posibilidades que tenemos. Forjemos un puente entre el presente que se escapa vertiginosamente y el futuro con el que siempre podemos contar para intentar ser mejores.

Atrevámonos, aunque sea por unos días, a sentir entusiasmo por el trago placentero del optimismo.

Que en este nuevo año, los deseos y aspiraciones tengan más fuerza que la impaciencia o la abulia que pueden nublar el presente, y que el esfuerzo por hacer lo mejor surja de nuestro más profundo e íntimo rincón.

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