¿Optimista…meliorista…por qué no?

¿Optimista…meliorista…por qué no?

Meliorismo se llama a la doctrina filosófica según la cual el mundo no es por principio ni radicalmente malo ni absolutamente bueno, sino que puede ser mejorado. Aunque se opone al optimismo y al pesimismo, se inclina más bien al primero, al optimismo, que en estos tiempos y en nuestro país, suena como fantasía enloquecida.

Ha sido llamada meliorista la doctrina del influyente  filósofo, psicólogo y escritor norteamericano William James (1842-1910) y a toda teoría que estima que el humano tiene por misión perfeccionar un mundo que precisamente es susceptible de mejoramiento indefinido.

Es de este punto que me aferro: Mejoramiento indefinido.

No sabemos lo que se puede lograr organizando el país, obligando a respetar las leyes (no cambiándolas a cada momento según conveniencias transitorias) y estableciendo responsabilidades, de Pueblo y de Estado.  Pero es necesario y vale la pena.    El filósofo español Julián Marías, discípulo predilecto de Ortega y Gasset, afirma que su maestro solía decir con frecuencia en el alemán que se le introdujo durante sus estudios en Leipzig, Berlín y Marburgo, los versos de Goethe: “Yo me confieso del linaje de esos/ que de lo oscuro hacia lo claro aspiran” (“Ich bekenne mich zu dem Geschlecht/ das aus dem Dunkel ins Helle strebt”).

Claridad. Claridad hasta donde es posible. Que no es mucho pedir. No se trata de pedirle peras al olmo.

   Se trata de aspirar hacia la luz, hacia la comprensión, hacia el encuentro con so luciones sanatorias…mejoratorias.

   No es cierto que la población nuestra durante la tiranía trujillista fuese disciplinada, grata y cortés, debido a la presión de un enjambre venenoso de espías que zumbaba junto a todos y que mantuvo aterrada la población durante treinta años.

   Es que había reglas. Reglas claras. Reglas crueles: Si usted no se manifestaba como opositor al régimen, podía vivir tranquilo y seguro…aunque no podía robar sin autorización y límites preestablecidos por el “Monarca sin corona”, como justamente  llama Euclides Gutiérrez Félix a este mandatario, casi inexplicable.

   ¿Qué hacía falta? Orden. Disciplina.

   ¿Qué proveyó él? Orden y disciplina.

No cabe duda acerca de la malignidad de su régimen -que confiamos en que sea irrepetible- pero los mandatarios deben tener en cuenta que sin esas prioridades no es posible avanzar como país, a pesar de esas altas torres que de repente nos asombran, de esos eventos que nos dejan atónitos por su astronómico costo.

Uno se pregunta, intuyendo la respuesta: ¿De dónde sale tanto dinero?

¿Estamos tan hundidos en el lavado de dinero producto del narcotráfico?

¿Se trata de que, repentinamente, el manejo económico del país inspira tal confianza que se vuelcan caudales sin pensarlo dos veces?

 Mientras tanto la violencia asciende como las torres, las diferencias sociales –es decir, monetarias- son cada día más irritantes, enloquecedoras, espantosas. El remedio es difícil, tal vez transitoriamente peligroso para la jefatura del Estado.

El remedio está en el orden y la disciplina.

Nunca nada se ha logrado sin ésto.

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