Oración Arnaiz en sepelio padre Alemán

Oración Arnaiz en sepelio padre Alemán

A continuación el texto completo de la oración fúnebre pronunciada por monseñor Francisco José Arnaiz Zarandona durante el sepelio del padre José Luis Alemán, en la capilla de la residencia de los jesuitas  Manresa-Loyola.

El padre Alemán ha sido un ser humano entrañable, admirado y querido por todos nosotros, los jesuitas antillenses; y ha sido también una figura nacional que nos ha llenado en todo momento de satisfacción y orgullo corporativo en nuestro servicio de entrega total y excelencia a este pueblo, convirtiéndose de este modo para todos nosotros en ejemplo y estímulo. Con él se nos va un personaje, un símbolo del sueño ignaciano, de la excelencia y competencia con la que debemos servir los jesuitas a cuantos nos rodean.

Desde hace tiempo sabíamos todos nosotros de la precariedad de su salud enfrentada con increíble temple de espíritu, natural y sobrenatural. Pero esto no nos ha servido de alivio en el dolor de perderle. En cambio sí nos ha consolado el que Dios haya querido llevarlo a celebrar consigo la Navidad.

El misterio de la Navidad ilumina profusamente lo mejor de nuestra fe y esperanza, de la gloria que nos aguarda que él ha comenzado, sin duda, a disfrutar ya.

San Agustín resalta que el descenso de Dios a lo humano implica el ascenso de los seres humanos a lo divino. Pablo, en la carta a los romanos, consciente de que, gracias a la obra de Cristo la plenitud de esa participación en la vida divina, incoada en la tierra, se manifestará al desaparecer nuestra condición terrena y temporal, exclama exultante:

¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?, ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?.

Navidad es el origen y arranque de esa nueva humanidad, vencedora de la muerte.

En ella se hizo real y humanamente perceptible la recapitulación de todo lo terrestre y celeste en Cristo que Pablo proclama en la carta a los efesios o el punto omega, del que nos habla Teilhard de Chardin en el que la humanidad ha entrado gracias a Cristo Nuestro Señor en el estadio definitivo de su evolución.

Feliz, tú, José Luis, de celebrar ya este año en condición eterna y gloriosa en el Reino definitivo de Dios con Cristo Nuestro Señor, Dios hecho hombre, en condición también gloriosa respecto a su dimensión humana, el inicio de la gran aventura salvífica de Dios en la tierra, en una cueva inhóspita de la insignificante aldea de Belén.

Es un deber de gratitud con Dios y con Alemán decir algo de lo que él ha sido entre nosotros.

El P. Alemán ha sido un lujo como persona, como amigo, como profesor, como consejero económico y como jesuita.

Lo conocí allá por los años cuarenta en la Habana, alumno del Colegio de Belén. Apuntaba claramente a super dotado. Delicia de profesores y educadores. Era una gran promesa y su vida lo ha confirmado.

Cuando en 1960 comenzaba en Frankfurt sus estudios de economista, lo hacía con un envidiable bagaje científico: carrera de Humanidades con un año de especialización en literatura grecolatina, licenciatura en Filosofía y licenciatura en Teología, cursadas ambas en Universidades de alto nivel y fuertes exigencias.

El humanismo grecolatino, la filosofía y la teología le proporcionaron al P. Alemán, en su discurrir de economista horizontes, cuestionamientos y soluciones impredecibles para otros.

Durante sus largos años de docencia en la PUCMM de Santiago, en su refugio de Gurabo, además de reconocido y admirado profesor universitario, insobornable analista y serio consejero económico con su palabra o a través de sus libros o escritos, el P. Alemán fue un perfecto anacoreta, devorador insaciable de libros. Lecturas no para repetir sino para cuestionar y cuestionarse, para enriquecer y enriquecerse.

Por debajo de cuanto él decía o escribía latía siempre mucha lectura y mucha retención de lo leído, pero el verbo que mejor le cuadra en su quehacer de economista es el de pensar.

Alemán no simplemente leía y retenía sino que al hilo de la lectura pensaba y después lo que trasmitía era lo pensado.

En la cátedra, en la conversación y en sus libros o escritos le encantaba más que la aceptación de lo que él dijese el hacer pensar al alumno, al coloquiante o al lector.

En toda la producción del P. Alemán uno detecta pronto un sutil escepticismo mezclado de sano humorismo. El humorismo no es otra cosa que una visión comprensiva e indulgente de las mezquindades y errores humanos en vez de una reacción malhumorada y recriminatoria.

Esta mezcla de escepticismo y humorismo le iba muy bien a la salud mental del P. Alemán, a su antidogmatismo visceral y a su experiencia de continua sucesión de teorías y sistemas económicos y de tanto vaticinio optimista sin éxito.

En dos ocasiones, primero el P. Arrupe y luego la Gregoriana quisieron llevarle a Roma pero en ambas expuso su arraigo, su labor y compromiso con la PUCMM y con la República Dominicana en horas duras, y lo importante que era entre nosotros un sacerdote-economista. Felizmente se quedó aquí.

Para colmo de bondades, su modo de ser y hacer fue tan admirable como su saber. Franco siempre y cálido, sencillo y ocurrente, desinhibido y cordial, tolerante y comprensivo, campechano y fácil hizo encantador el trato con él, y apetecible y enriquecedora su presencia y compañía, aunque a veces se le fuese un poco la mano en sus célebres chistes.

Espiritualmente, como jesuita, doy fe que era mucho más fino y hondo de lo que se empeñaba en parecer (las célebres salidas de Alemán). Superviviente de un naufragio casi total de los que con él fueron destinados al apostolado social supo, en horas convulsas de la humanidad, ser fiel y darnos ejemplo de amor y fidelidad a su fe, a la Iglesia y a la Compañía, y ser ejemplo de autenticidad, de crítica constructiva, de disponibilidad, de austeridad y apego a la pobreza evangélica, de defensa de los pobres, de seriedad intelectual sin veleidades, de laboriosidad, de accesibilidad y de fortaleza ante las dificultades y ante las amenazas a la vida.

Mi querido José Luis. Todos tenemos un poco o un mucho de respeto al juicio de Dios que nos espera al término de nuestras vidas. Tú no le tengas miedo. Ten preparada tu defensa con la parábola de los talentos.

En el reparto inicial el Señor de la hacienda a ti te dio cinco talentos y tú responsablemente los hiciste fructificar al máximo. De este modo no dudes decirle al Iustus Iudex lo del evangelio: «Señor, cinco talentos me diste, aquí tienes otros cinco».

Y de acuerdo a ese mismo evangelio el dueño de la Hacienda te dirá: «Muy bien, siervo bueno y fiel. Fuiste fiel en lo poco. Te pondré al frente de lo mucho. Entra en el gozo de tu Señor». Que así sea. 

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