Orden, disciplina y autoridad moral (1 de 2)

Orden, disciplina y autoridad moral (1 de 2)

LUIS SCHEKER ORTIZ
Para los nacidos bajo el signo del terror y la represión, el orden y la disciplina tenían color Kaki y sabor a máuser. Esa era la autoridad reinante.

Trujillo nos enseñó, antes que Galeano, que “El crimen es el espejo del orden”. Y los hijos del terror, reducidos a súbditos, aprendimos la lección: Fuimos un pueblo ordenado, disciplinado y también sumiso. Quebrada la voluntad de rebeldía por el terror paralizante, obedecimos haciendo fila, aceptando el orden establecido.

Trágicamente, disfrutamos “la Paz de Trujillo”. De la “Era Gloriosa” que puso fin a las montoneras y los golpes de Estado desestabilizadores. En jaque a la delincuencia callejera en calles limpias y seguras: Las viviendas de pobres y de ricos podían dormir puertas abiertas, sin rejas, sin temor al asalto. Logró estabilidad económica, sin enormes cargas públicas, sin déficit fiscal, sin deuda externa esclavizante. El peso circuló libremente aún en bolsillos empobrecidos, deteniéndose en el de los favoritos del régimen, a la par que el dólar. La burocracia emergía eficiente, con servidores correctos y obedientes, dispuestos a brindar su servicio al Jefe y al usuario, sin prebendas ni macauteos indecorosos. El Poder Judicial, pobre cenicienta, ejerció discretamente su papel, sin perturbar el poder político del Jefe, su única limitante. En el Congreso, adocenado, era firmadas las renuncias de antemano como de antemano eran hechas las designaciones. Esa era nuestra democracia, una pantomima, una patraña impuesta por la fuerza bruta. las Fuerzas Armadas bien provistas y montada bajo el lema “Todo por la Patria”, servían con orden y disciplina incondicional a su Comandante en Jefe, mientras la Policía patrullaba las calles, pidiendo los tres golpes de ciudadanía: cédula, servicio militar y palmita, para garantizar la seguridad personal de atemorizados ciudadanos. Todo en orden. Una red espléndida de espionaje, que la imaginación recreaba, constantemente en acecho, hacía que la maquinaria del terror y la represión, basada en la delación, funcionara sin mucho ruido, silenciosamente.

El reinado del orden y la disciplina del terror, se impuso y el país creció bajo el don de mando de Trujillo. Trujillo le ofreció al país un desarrollo económico y material nunca alcanzado, lo que el Dictador necesitaba para acrecentar su ego y su megalomanía tanta como su riqueza mal habida y su dominio personal y absoluto.

El orden y la disciplina son, sin duda, factores esenciales para el progreso de las naciones. Ninguna nación puede desarrollarse en el caos o el desorden. Goethe, insigne poeta, anteponía el orden a la libertad. Temía más al libertinaje, que a ese caos irresponsable, que a la tiranía que no frena. Es imposible imaginar un solo pueblo o cualquier imperio, que haya logrado o sustentado su progreso o su poderío, en el caos y el desorden permanente.

Pero un sistema de gobierno basado en el despotismo, en el abuso, como un pueblo inculto, cultor del irrespeto, huérfanos, uno y otro, de valores cívicos y morales que les sustenten, se desploman. No sobreviven. Como burbujas que se desvanecen al roce de la brisa, desaparecen al primer empuje de las fuerzas vitales. Las reservas morales.

Los herederos de la tiranía, sabían de la capacidad de esas reservas y no la cultivaron. No les interesaba, ni el ejemplo de Duarte ni la enseñanza de Hostos. El intento del Prof. Bosch resultó fallido. Permutaron el terror latente por un dispendioso “Laissez faire”, sin orden ni disciplina. Sin autoridad moral. Mar revuelto, ganancias de pescadores. Desmembraron lo que de bueno pudo quedar del régimen trujillista sin remover sus escombros, y saquearon el Estado hasta más no poder, teniendo por pretexto una oferta falsa de Libertad sin límites.

Libertad reclamada con gritos navideños, pero maltrecha de nacimiento; sin autoridad legítima que la afianzara, fue ganando espacio para la corrupción y el desorden generalizado en una democracia disfuncional, mal cosida, que llamándose representativa olvidada la representatividad de los valores patrios, deshilvanaba el ropaje de los derechos humanos tan maltrechos como los deberes y las responsabilidades de gobernantes y gobernados. El traje devino a ser demasiado grande y ambicioso para un cuerpo social famélico, escuálido, antológicamente víctima de la marginación y el abuso, y a poco degeneró en graves desengaños, frustraciones y mayores abusos y arbitrariedades.

El reino del terror y la represión, apenas disfrazado por un barniz de despotismo ilustrado, de falsa tolerancia, iluminó la nueva escuela del desgobierno. La de la palabra encadenada sin cadena de moralidad o de decencia política. Las malas artes, las malas mañas, el disimulo se apoderó del discurso y del poder, erigido en desorden organizado. El comienzo de una nueva historia. Esta que ahora padecemos y que va para largo si no la rectificamos.

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