William Osler fue un médico canadiense nacido el 12 de julio de 1849, fundador de la primera Residencia Médica norteamericana en el hospital Johns Hopkins ubicado en la ciudad de Baltimore, estado de Maryland, Estados Unidos. Conocido educador por sus famosos aforismos: “Oigamos al paciente, nos está dando el diagnóstico; Un buen médico trata las enfermedades, un excelente galeno trata al paciente”. Desde su fallecimiento en 1919, ahora 100 años después de su partida admitamos que tardó medio siglo antes de que se estableciera la primera Residencia Médica en la República Dominicana. Del sacerdocio hipocrático de servir a los enfermos sin discrimen por estatus financiero, social, político, religioso, étnico, ni de género, hemos arribado a desaparición total en la jerga sanitaria del vocablo PACIENTE, siendo reemplazado por los términos: cliente o usuario. El neoliberalismo volvió obsoleto y sepultó el concepto osleriano de enfermo, por lo que con el arribo de un nuevo milenio ha ocurrido la magia del milagro, ya nadie se enferma, la persona acude o es llevada a comprar servicios de salud a un establecimiento o negocio con un proveedor que aprueba, rehúsa o restringe la cantidad de atenciones al cliente.
Hoy día contamos con especialistas en triaje; digamos “triajistas” que son los facultativos ubicados a la entrada del servicio, encargados de establecer la ruta del viacrucis que habrá de recorrer el “usuario” acorde con la partitura escrita por la prestadora de servicios de salud. Hablar del cansado discurso con la hueca consigna de “humanización de los servicios” es una real burla e insulto a la inteligencia humana. Si por lo menos disecáramos la parte buena del pastel a saborear por el cliente, digamos la atención primaria en salud; sin embargo, ni siquiera en esta simple medida hay acuerdo.
El 29 de diciembre de 1919 expiró un genuino intelectual entregado al servicio de los demás, pero muy en especial de los enfermos. Hubo él de apurar los males que tanto lucho por evitar en los demás. La Influenza española hizo blanco en sus pulmones y puso fin a su fructífera vida.
Nunca lo hubo, ni tampoco habrá ya un homólogo de Osler en la República Dominicana. Han cambiado los tiempos y las circunstancias. Hay males nuevos agregados a las viejas afecciones. Si de algo podemos estar seguros es que tendremos muchos algoritmos de inteligencia artificial que sabrán con supremo grado de certeza a quién proveer de seguro de salud y a quién no. Se harán comunes y populares las secuencias genómicas previo al aseguramiento. Conocerán a priori de nuestras taras hereditarias, verbigracia: diabetes mellitus, hipertensión arterial, obesidad, hiperlipidemia y cáncer, por solo mencionar las más frecuentes. Seleccionarán las personas con el menor riesgo, dejándole al Estado la cobertura para el grueso de la población más vulnerable.
Se reducirá la carga de los cementerios, no porque disminuya la mortalidad en general, sino porque cada vez será mayor el número de individuos que pidan la cremación en lugar del clásico entierro. Aumentará la certidumbre de la fecha de fallecimiento, así como el tipo de empleo y tiempo de vida útil, acorde con nuestras destrezas manuales e intelectuales. Nos aconsejarán sobre en quién fijar nuestros ojos de enamorados.
Aunque renaciera Osler, el derecho a la salud tendrá su sesgo dependiendo de la sanidad de la economía nacional, el peso de la deuda externa y la asignación presupuestaria al sector salud