Orgía de sangre en calles y carreteras

Orgía de sangre en calles y carreteras

JUAN BOLÍVAR DÍAZ
Hace tiempo que vengo sosteniendo que una de las expresiones más sintomáticas del desorden y la anarquía nacional es la forma en que conducimos los vehículos en nuestras calles, avenidas y carreteras. Se trata de una carrera de obstáculos en la que aparentemente triunfan los más osados y atrevidos, los que desafían todas las normas de la convivencia, el respeto a los demás y hasta las más elementales racionalidades del sentido común.

En materia de anarquía vial lo he visto todo, desde un desequilibrado mental que se mete en sentido contrario por una avenida principal, al descarado que baja de reversa en uno de los elevados, hasta el irresponsable que se sube por la acera, desplazando a los indefensos peatones para luego bajar en el carril contrario hasta ir a situarse a la cabeza de una larga cola automovilística.

Las hazañas de los motoristas no tienen parangón. Es impresionante como viven desafiando la capacidad de los demás para tomarlos en cuenta y salvarlos del atropello y el descuartizamiento de que son víctimas cuando otro aparato hace impacto sobre la carrocería de sus vehículos que son ellos mismos. Con el agravante de que a menudo su cargamento humano es múltiple y su irresponsabilidad pasa de la categoría del suicida a la del genocida.

En nuestras carreteras no hay manera de evitar que de cualquier recoveco salga un vehículo o una motocicleta y obligue a un frenazo o un violento cambio de carril, cuando es posible, para evitar un accidente fatal. La muerte nos acecha en cada curva o elevación de la carretera, pues nunca podemos estar seguros de que una patana no viene de frente en el carril que nos corresponde.

A pesar de todo eso, no hemos podido evitar la sorpresa y el escándalo al leer la crónica de Llennis Jiménez el pasado domingo en HOY, dando cuenta de que el año pasado el Instituto Nacional de Seguridad Vial y Prevención de Accidentes de Tránsito registró 4 mil 601 muertos en calles y carreteras. A esa barbaridad se agregan 53 mil heridos, de los cuales 14 mil quedaron con incapacidades parciales o totales.

Los accidentes de tránsito vehicular son la principal causa de muertes en el país, casi 13 muertos, 147 heridos y 39 lesionados permanentes cada día. Cifras verdaderamente impresionantes, pero como hemos perdido hasta la capacidad de asombro, no nos damos ni por enterados. Esa noticia pasó como cualquier otra, sin que ningún organismo ni autoridad reaccionara y propusiera algún correctivo.

Si cualquier epidemia, como el polio, por ejemplo, produjera 13 muertos este año, seguramente que todos nos alarmaríamos y los medios de comunicación pasarían semanas demandando acción de las autoridades y deplorando el atraso y el descuido.

Con 13 muertos en las calles y carreteras por día, no hay motivo de alarma. Para algunos serán simplemente la cuota de la modernidad, consecuencia inevitable de la multiplicación de los automotores.

Como comunicador, personalmente confieso que a veces siento que se me están agotando los recursos para llamar la atención de nuestra sociedad sobre sus problemas más graves, entre los cuales hay que incluir esta orgía de sangre en calles y carreteras, que consume por igual las vidas de los niños y niñas, de los jóvenes y los viejos, arrancados intempestivamente de los brazos de los suyos, enviados violentamente por la irresponsabilidad propia y de otros a los santuarios del sueño eterno.

Hay tanto por hacer para enfrentar esta dramática y masiva epidemia, que cualquiera no sabe por dónde comenzar. Pero lo primero y más obvio es que tendremos que hacer una gran campaña de educación vial, de rescate del valor de la vida, y de respeto a las normas de la convivencia en las calles, avenidas y carreteras.

Habrá que reunificar tantos organismos estatales paralelos en lo concerniente al tránsito vehicular. Recrear y fortalecer una policía de tránsito  a nivel nacional, y dotarla de recursos para perseguir a los violadores de las normas.

Urge que restablezcamos el respeto al semáforo, a los carriles, a los límites de velocidad; que impidamos el usufructo abusivo de las vías públicas, que saquemos de circulación todas las carcachas sobre ruedas, que eliminemos el espanto en la circulación vehicular.

¿Quién comienza? ¿Qué autoridad se da por aludida? ¿Qué hacer para que pongamos atención a esta epidemia, a esta orgía de sangre, a este holocausto irresponsable que en esta década cobrará cerca de 50 mil vidas y dejará medio millón de heridos, 140 mil de los cuales quedarán con lesiones permanentes?

Publicaciones Relacionadas

Más leídas