Orgullo de Puerto Plata

Orgullo de Puerto Plata

Es 13 pero lunes, de modo que la aprensión es menor. Cuando es martes o viernes la complicación aflora, la superstición inquieta. El temor al número y a sus efectos existe, para definirlo hay una categoría: triscaidecafobia. El origen de la cábala se disputa entre el 13, día de la captura y muerte de los Templarios y el número de comensales presente en la Santa Cena. Con o sin fobia, es agosto, con la cruzada gloriosa de la Restauración, con esa presencia de hombres con H grande, como ha dicho el poeta Noél Nicola.
Después del logro independentista del 1844, el extravío de Santana nos convirtió en provincia de España. Contra aquello: la guerra restauradora, 17 años después, descrita por Juan Bosch como “una revolución burguesa frustrada”, empero, fascinado por la epopeya, en “La Guerra de la Restauración” (Editora Corripio 1982) escribe que “brotó de las entrañas del pueblo dominicano con el vigor de un torrente impetuoso que se llevaba por delante todo lo que se le interponía” (página 110).
Rufino Martínez, en el prólogo a “Notas Autobiográficas y Apuntes Históricos”, autor, General Gregorio Luperón, compilación realizada para conmemorar el centenario de su nacimiento, rescatada por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, sin la perspectiva ideológica de don Juan, expresa: “la guerra de la Restauración es obra del pueblo… los anónimos, los carentes de significación social, movidos por un sentimiento de amor al suelo, al disfrute de los atributos de la libertad, no estimados mientras no se perdieron, se lanzan los primeros a la lucha…”.
Y entonces el hombre y el destino. El muchacho de incierto origen, destinado a ser marginal, se erige como pendón, traza el camino de la victoria y luego la gloria. Generaciones puertoplateñas crecieron y se forjaron con la reverencia al mentor de la Restauración. Su bastardía, como todas las nuestras, seducía y aunque pretendían ocultarla, como ocurre con las ilustres estirpes dominicanas, todos sabían quién era el padre del hijo de Luisa Luperón. Y entre la leyenda y la realidad, una admiración sin límites que jamás reparó en raza ni cuna. La indefensión temprana, la protección que la bonhomía prestó cuando detectó un especial talento en el joven, encantaban. Ha sido orgullo de la provincia, magnificado con motivos más que suficientes. Decían que tan potente era su voz que clamaba desde el segundo piso de su casa- calle 12 de julio- hoy Casa Museo General Gregorio Luperón y se escuchaba su discurso en el puerto. Su efímero gobierno, con sede en La Novia del Atlántico, fue catalogado liberal y reformador-1879-.
“Aunque parecía imposible, Luperón enfrentó a Pedro Santana e inmovilizó sus fuerzas que no pudieron avanzar sobre el Cibao para aplastar el movimiento Restaurador como se lo había propuesto el marqués de Las Carreras” (op.cit página 204).
Con la revisión del antes y el después de la victoria, se descubre algo más que su temperamento fiero.E l tino estratégico no solo funcionó en el campo de batalla. El repaso histórico lleva, sin titubeos, a concluir que nada nuevo ocurre en el quehacer político nacional. La reiteración es perenne. Los avatares entre azules, rojos, los fracasos, se suceden por la persistencia en los equívocos. Y entre mitos regionales también la traición, la piadosa reconciliación pre mortis con otro compueblano, protegido, aliado, luego contradictor, Ulises Heureaux -Lilís-.
“El joven Gregorio Luperón llamó inmediatamente la atención de los jefes, oficiales y soldados dominicanos, por su asombroso valor, pero también por su atrevimiento, por la rapidez con que inventaba salidas para cualquier problema militar, político y por su capacidad para convencer a los que le oían…”. Luego del triunfo, los intentos de los restauradores contra Buenaventura Báez, fueron fallidos. La opción para el héroe fue el exilio. Desterrado, no cejó un instante en la defensa de la patria y el destierro permitió otras miras. Cosmopolita a fortiori, persistía en conseguir lo mejor para su país. 155 años después, el orgullo de Puerto Plata debe convertirse en orgullo nacional.

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