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Para finalizar su introducción, Emilio Rodríguez Demorizi en su obra Familias Hispanoamericanas, publicada en 1959, entra en una serie de consideraciones éticas y morales aplicadas a la genealogía y a la familia, las cuales tienes validez en todos los tiempos y en todas las circunstancias:
Por eso, la hidalguía, los timbres de la noble estirpe, siempre suponen en el individuo una actitud caballeresca en todos los aspectos de la vida, esa admirable y envidiable condición que se define con esta sola palabra: señorío; Nobleza obliga, dice la antigua consigna, divisa que aspiraba a oponer como señala Gandía, para quien un gran título sostenido es una vergüenza los actos de nobleza a los actos de villanía, pues si por ello se juraba.
Así decía Viscay es verdad que no atendiendo el noble a propias acciones honestas, se entregue a las feas, que es echar borrones en las imágenes y memorias de los antepasados, con tanto mayor oprobio y mancilla cuanto ellos fueron más ilustres. Lo que Manuel de Faria expresaba con mayor concisión: Nunca fue bajo de linaje quien ejecutó grandes obras ni grande el que las tuvo viles.
Pero fue Séneca quien dijo la más alta verdad frente a las vanidades genealógicas: también el ánimo virtuoso y generoso se puede hallar no sólo en los caballeros, sino en los plebeyos y esclavos.
Porque en la antigüedad fue mucho más viva que hoy la discriminación del linaje, de la riqueza y la pobreza, ejes de la familia: El dinero vence, el dinero reina y el dinero tiene imperio en todas las cosas, decía Alano.
Las riquezas hallarán amigos y honores, decía Platón; La hacienda, como rica, da linaje y hermosura, decía Horacio; y Aristóteles, con toda su hondura de filósofo, forjaba esta poética sentencia: La nobleza no es otra cosa sino una antigua riqueza y virtud.
Con razón, pues, el hidalgo Ramón Guerra Azuola decía estos conceptos fundamentales, que lo resumen todo: Yo sé bien que el hombre es hijo de sus propias obras, y que el lustre de sus mayores no se refleja en sus descendientes sino con muy pálidos destellos; pero es un hecho evidente que el hijo de buena cuna da en lo general más garantías de honradez y caballerosidad que el que la tuvo oscura o vergonzosa, porque el lustre de los abuelos es un freno que nos contiene desde los primeros años, obligándonos a reprimirnos en el ardor de las pasiones juveniles y a procurar que siempre sean buenas y dignas de nuestros antepasados las obras que nos han de crear una posición en la sociedad.
Un abolengo ilustre, o por lo menos limpio, una memoria venerable, una progenie más noble de conducta que de sangre, son el mejor ejemplo a la vez que el más eficaz correctivo que se puede tener en la vida.
Estos apuntes y documentos, es claro, son susceptibles de ampliación y rectificación indefinidas, porque es difícil que en la complicada urdimbre de las genealogías no haya omisiones y yerros.
Esta es, pues, una contribución al conocimiento de los orígenes de las familias dominicanas, algunas desaparecidas, otras olvidadas y empobrecidas, otras definitivamente radicadas en otras playas y otras actuantes, con renovados elementos de poderío, de riqueza o de virtud, en la vida de nuestros días.
Instituto Dominicano de Genealogía.