Origen de los conflictos domínico-haitianos a través de los discursos históricos y literarios

Origen de los conflictos domínico-haitianos a través de los discursos históricos y literarios

( 3. Según lectura de los documentos)

Cuando las invasiones haitianas no dieron resultado, debido a la superioridad militar dominicana, luego del Tratado de 1874 en el gobierno de González y hasta el régimen de Ulises Heureaux la estrategia de Haití, y que le ha dado resultado hasta hoy, ha sido la de ir ocupando poco a poco, con sus habitantes, las tierras fronterizas.

Como el Estado santanista no se fundó con la noción de imperio, los gobernantes dominicanos, que sólo creen en su acumulación originaria a través del patrimonialismo y el clientelismo, por debilidad y falta de carácter, han ido reconociendo tal situación, verbigracia el lejano caso de Pouancey en 1680, como un hecho consumado, al extremo de que un hombre tan poderoso como Trujillo debió ceder, después de la matanza de 1937, 5 mil kilómetros cuadrados de territorios ubicados en San Rafael, Las Caobas, Hincha y Lamiel, ocupados desde los años 1874 por campesinos haitianos, a fin de evitar, fue la excusa, una confrontación. Hecho inconstitucional, puesto que nadie puede enajenar parte del territorio de la república, pero se quedó como un hecho consumado. (Véase el capítulo XXVIII de Historia de la cuestión fronteriza domínico-haitiana. SD: Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1988, pp.317-334, donde se narran los pormenores del tratado de 1898 y cómo Lilís se robó 200 mil pesos oro americano del préstamo haitiano de 400 mil y en la contabilidad figuró como si el Estado dominicano hubiese recibido 400 mil, cuando en realidad solo recibió 200 mil. Y esa diferencia la pagó luego nuestro país en tierras dominicanas a Haití. También véase de William Páez Piantini: 300 años de relaciones domínico-haitianas. SD:Mediabyte, 2007. 1ª ed. 2001) donde se ofrecen los pormenores del acuerdo entre Trujillo y el gobierno haitiano que puso punto final a los diferendos fronterizos.

La cesión territorial se hizo también para saldar una deuda de $ 400.000 pesos oro que el gobierno dominicano presidido por Heureaux le tomó en préstamo al gobierno haitiano con el fin de resolver problemas personales y oficiales del dictador (pago a Juan Vicini el Viejo, a Bancalari y otros miembros del frente oligárquico).

El ministro de Exteriores Manuel María Gautier solamente recibió la mitad del dinero y exigió que el Ministro de Hacienda diera acuse de recibo al gobierno de Haití por la suma de $400.000 pesos oro americano con lo que se limpió de toda acción dolosa y queda claro que Heureaux se quedó con los otros 200 mil pesos oro americano. El robo del dinero público deja huellas. Solo hay que saber seguirles el rastro.

La descripción objetiva de esta situación, según los documentos, ha producido una separación o abismo entre las dos repúblicas que ocupan la misma isla y los orígenes de estos conflictos, odios y divisiones, menos que culturales, religiosos o lingüísticos, obedecen a causas profundas de necesidad de legitimación de las clases gobernantes de ambas repúblicas que apelan a las pasiones y sentimientos primarios de los habitantes haitianos y dominicanos para implementar la dominación política y económica en su respectivo ámbito geográfico. Y todas las guerras habidas entre Haití y la República Dominicana son el producto de esos intereses de las clases sociales que se disputan el poder político. Estas guerras, citando a Paul Valéry, han sido siempre “una matanza entre gente que no se conoce, para provecho de gente que sí se conoce, pero no se mata entre sí.”

Los intelectuales de ambas repúblicas han jugado siempre un rol importantísimo en tanto productores y reproductores de los discursos ideológicos que atizan el odio, la discriminación racial, el etnocentrismo y la división entre las clases subalternas de ambas repúblicas para que se maten entre sí, se aborrezcan entre sí y sean mejor dominadas por las clases que encarnan el clientelismo y el patrimonialismo de esas dos porciones de humanidad que, como decía Américo Lugo, no pudieron crear un Estado nacional verdadero y han tenido que orbitar en torno a los Estados verdaderos, primero España, luego Francia y hoy los Estados Unidos de Norteamérica. Esta inexistencia de Estado nacional en Haití y la República Dominicana se debe por lo menos a la ausencia de veinte características que debe reunir un Estado nacional y a por lo menos seis ausencias sin las cuales un Estado nacional no existe. Estas son: ausencia de conciencia política, de conciencia nacional, de pertenencia a una comunidad, de ser sujeto o unidad personal, de conciencia de clase.

Otro intelectual ancilar de las clases gobernantes dominicanas, el poeta y periodista Emilio A. Morel decía, en 1927 o 1928, lo siguiente, según testimonio de Julio Alberto Hernández ofrecido a Luis Manuel Brito Ureña: “El asunto fronterizo/es una vieja cuestión/que nuestros sabios menean/cada vez que hay reelección.” (“El merengue y la realidad existencial de los dominicanos”. Moca: Unigraf, 1997, p. 31).

Esta es una verdad de Pero Grullo. Pero los odios y resentimientos, el racismo esmeradamente cultivado por las clases gobernantes de ambas porciones de humanidad, donde negros discriminan a negros, mulatos a negros y mulatos de distintas coloraciones de piel y tipos de pelo, blancos con el negro detrás de la oreja discriminando a todo el mundo, ideologías etnocéntricas y eurocéntricas ancladas en discursos de extranjeros que en el pasado vivieron, y en el presente viven, en ambos países, forman el laboratorio donde se fabrica el abono que posibilita los escarceos fronterizos, los odios migratorios y las divisiones entre los miembros de las clases subalternas, quienes carentes de los seis tipos de conciencia, son la presa favorita para la dominación que, desde 1804 y 1844 hasta hoy, ejercen los políticos clientelistas y patrimonialistas haitianos y dominicanos.

Duarte dijo que los dominicanos y los haitianos debían entenderse para la felicidad, el provecho y el bienestar de ambos pueblos en su lucha por ser independientes de toda potencia extranjera; Sánchez reivindicó el pensamiento de Duarte y entró, con el apoyo de Geffrard, porque no podía entrar desde Cuba o Puerto Rico, colonias españolas que ayudaban al sometimiento de Santo Domingo enyuntada a España por Pedro Santana; Luperón reivindicó el antillanismo de Betances, Hostos y Martí; los patriotas haitianos y dominicanos hicieron causa común ante la despiadada intervención militar a los dos pueblos por parte de los Estados Unidos entre 1915 y 1935.

Los políticos posteriores a Horacio Vásquez, tanto en Haití como en la República Dominicana, han pervertido la idea y la práctica de Duarte, Sánchez, Luperón y los combatientes antiimperialistas. Trujillo vio a Haití como una extensión del mercado interno de sus fábricas y propiedades; Balaguer y su proceso de industrialización vieron a Haití como un suplidor de mano de obra barata. Esa visión prima hasta hoy.

En el siglo XX los gobiernos dominicanos, sobre todo después de 1966, expulsaron a más de medio millón de dominicanos a un exilio económico forzoso. Como en este mundo no se dan cosas vacías, el vacío de esos dominicanos exiliados económicos en Estados Unidos, Puerto Rico y el resto del mundo lo han llenado los haitianos. Y cuando estalla en forma de bomba de tiempo la imprevisión propia de los Estados fundados en la exclusión del pueblo, se grita el peligro del lobo. Como otros gritan peligro amarillo, judío, musulmán, etc.

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