Origen y proyección de la nueva relación Estados Unidos-Cuba

Origen y proyección de la nueva relación Estados Unidos-Cuba

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Ayer continuaban en La Habana las reuniones entre funcionarios cubanos y estadounidenses, iniciadas el miércoles pasado. El encuentro de este jueves fue encabezado por Josefina Vidal, directora para Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, y por Roberta Jacobson, secretaria de Estado Adjunta para Asuntos del Hemisferio Occidental, representante estadounidense de más alto rango que viaja a la isla desde el rompimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países, en enero de 1961.

Va tan en serio la decisión de La Habana y Washington para normalizar las relaciones, que el presidente Barack Obama, en su discurso anual sobre el Estado de la Unión, al referirse al embargo y a otros aspectos del tema Cuba-Estados Unidos, fue categórico: “En Cuba, estamos poniendo fin a una política que debería haber terminado hace tiempo”.

En esta entrega, continuamos exponiendo lo que hemos considerado una inteligente y bien llevada estrategia de la dirigencia cubana y de los presidentes estadounidenses del Partido Demócrata para lograr el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambas naciones.

Al contestar preguntas de Ramonet sobre John Kennedy, en el libro Cien horas con Fidel (Conversaciones con Ignacio Ramonet), 3ra. Edición, Oficina de Publicaciones del Consejo d Estado, La Habana, 2006, el comandante Castro expresó:

“Cometió errores, repito, pero era un hombre inteligente, en ocasiones brillante, valiente, y yo considero – ya lo he dicho en otras ocasiones – que, si Kennedy hubiese sobrevivido, es posible que las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, hubiesen mejorado. Porque él, después de Girón y de la Crisis de Octubre, se quedó muy impresionado. (…).

“Precisamente el día en que lo mataron estaba yo conversando con el periodista francés, Jean Daniel, a quien Kennedy me había enviado con cierto mensaje para hablar conmigo. (…).

“Su muerte me dolió. Era un adversario, claro, pero sentí su desaparición. Fue como si perdiera un oponente de mérito. (…).

“Su asesinato me preocupó también, porque tenía, cuando desaparece de la escena, suficiente autoridad en su país para imponer una mejoría de las relaciones con Cuba. Cosa que quedaba palpablemente demostrada en la conversación que mantuve con este periodista francés, Jean Daniel, que estaba conmigo trasmitiéndome importantes razonamientos y palabras de Kennedy (…), en el instante mismo en que escuchamos la noticia de la muerte de Kennedy: “Hable con Castro y vuelva a conversar conmigo para saber qué piensa”, casi acababa de comunicarme con Jean Daniel.”

En ese mismo año, 1963, en que sucedían los acontecimientos que narra Fidel Castro, Kennedy había invitado a Juan Bosch a la Casa Blanca. El encuentro ocurrió el 10 de enero. Hay alguna relación entre los juicios de Castro y la impresión que tuvo Bosch del mandatario estadounidense. Don Juan fue derrocado meses después como presidente, con participación de la misión militar de ese país acreditada en República Dominicana, pero el gobierno de facto del Triunvirato solo fue reconocido luego del magnicidio de Kennedy.

Bosch narra su conversación con Kennedy, en su libro Crisis de la democracia de América en la República Dominicana, 5ta. Edición, Editora Alfa y Omega, Santo Domingo). Empieza así:

“Cuando me entrevisté con Kennedy en la Casa Blanca, a principios de enero de 1963, observé cuidadosamente a ese hombre joven – demasiado joven, quizá, para ser Presidente de la Nación más poderosa del mundo —; lo observaba mientras yo hablaba y mientras él me hablaba. (…). Se comportaba con la naturalidad de un viejo amigo. Pasamos revista a los problemas comunes a su país y al mío; y cuando le dije que los dominicanos pasaban hambre, se movió como si hubiera recibido una herida. Ambos nos mirábamos a los ojos. Le expliqué que el Consejo de Estado había dado, en forma casi oculta, una concesión de refinería petrolera a una conocida firma norteamericana en condiciones que recordaban los tiempos más floridos del imperialismo de su país, y que yo iba a prescindir ese contrato. Al mencionarle la palabra imperialismo le vi el dolor en la cara. ‘‘Es un punto delicado, pero le ayudaremos’’, me dijo. Meses después, la poderosa empresa renunció al contrato.” (Pag. 161)

“Un hombre así no podía hacer diferencia entre el latinoamericano desheredado y explotado y el negro norteamericano maltratado y segregado en su propia tierra. Si tenía esa capacidad de sufrir por los otros, no podía ser un líder limitado a los problemas y los intereses del país que gobernaba; tenía necesariamente que ser una conciencia herida por el dolor de cualquier hombre humillado.” (Pags. 161-62).

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