Orlando, Terencio y el caso haitiano

Orlando, Terencio y el caso haitiano

Por el heroico periodista Orlando Martínez, asesinado durante el gobierno de Balaguer por los remanentes  crueles y trágicos de lo más horrendo del régimen de Trujillo, se conoce mucho el lema de su columna Microscopio: “Soy humano; nada humano me es ajeno”. La frase es del comediógrafo Publio Terencio Afer, esclavo africano que al ser liberado tomó el nombre de su antiguo amo Terencio Lucano y se asimiló al mundo romano. Nació en  Cártago, África, c. 190 a.C., muriendo antes de cumplir treinta años de edad en Estifalo, mientras buscaba en Grecia comedias desconocidas.

   La frase original pertenece a su obra “El torturador de sí mismo” (Heautontimoroumenos) y presenta el enfrentamiento de caracteres opuestos  y el enfrentamiento de personas, situaciones y hechos que suelen aparecer en sus famosas obras, aunque se refiere a antagonismos intrafamiliares y generacionales que bien caben en otros escenarios.

   Resulta que también yo siento que todo lo humano me toca, me concierne,    dentro del diminuto rol que me ha tocado vivir.

   Hay que mirar atrás sin amarguras, pero con honradez inteligente.

    Observar que buen número de esclavos o sirvientes forzados que tenían los conquistadores españoles en este mundo oculto entonces por un terrible “Mar Tenebroso”, fueron asimilados por los recién llegados. Pero no fueron solo los españoles. Los holandeses le dieron  su apellido a sus esclavos en Curazao. Sé de una familia de dominicanos de larga data, cuyos antepasados curazoleños fueron parte de los dieciocho esclavos a quienes sus amos les otorgaron su libertad y su apellido. Un descendiente de aquellos, nuestro Contralmirante De Windt  solía decir con la gracia solemne y gravedosa que tan admirablemente manejaba:   “Con nuestro apellido he conocido gente con los ojos azules, pero también con los labios morados”.

  Fusión.

   ¿Es que estamos inclinándonos a revivir las locuras  de Hitler en cuanto al disparate de una “raza pura”… que no existe? ¿Es que ahora queremos ser caucásicos y hasta la “latinidad” nos achica en cierta medida?

   ¿Qué puede darnos Haití? ¿Mano de obra barata hasta que su educación masiva prospere y florezca al punto de que incorporen talentos en ciencias y disciplinas que nos beneficien a otro nivel?

   Pero el camino no es el de engañar y explotar a nuestros vecinos, en su patria y en la nuestra, para que trabajen como bestias en las más arduas labores ganando centavos (que ahora se llaman pesos) y menospreciar su negritud animanizándola, diferenciándola cruelmente de nuestra negritud; negándoles la ciudadanía dominicana aunque hayan nacido y vivido siempre aquí, aunque hayan estudiado y hasta logrado altos  grados académicos en el país y sean personas más respetuosas, ordenadas y correctas que los que nos llamamos dominicanos.

   Si ahora la Suprema Corte de Justicia determina legal una grave injusticia,  e hijos de haitianos nacidos en la República Dominicana, están en un limbo… en una  “no existencia” por una nueva disposición, estamos ante una monstruosa decisión. Una insensatez. Entiendo que las leyes no son retroactivas.

   ¿Para tal barbaridad tenemos una  Corte Suprema de Justicia?

   Llegan nuevas autoridades.

   Al borde del precipicio de las desesperanzas, clamamos por justicia.

   “Homo sum: humani  nil a me alienum puto”, escribió Terencio.

    Y recuerdo los nobles sueños de Orlando.

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