Oro, plata, plomo, decir o no decir

Oro, plata, plomo, decir o no decir

Hernán Cortés, aquel que estudió leyes en Salamanca y estuvo radicado aquí, en Santo Domingo hasta 1505 al servicio del gobernador Frey Nicolás de Ovando, más adelante, cuando ya estaba metido en sus hazañas de conquistador en tierra firme americana, especialmente México, le escribía en una de sus cartas al emperador Carlos V: “Sufrimos de una enfermedad del corazón que sólo con oro puede curarse”.

He recordado lo de “una enfermedad del corazón que sólo con oro puede curarse”, porque considero que aquí estamos enfermos del corazón.

La ambición desmesurada de riquezas hierve a borbotones como la marmita de una bruja de Macbeth. No hay límites. Se ha perdido la decencia, la vergüenza, el pudor.

 Yo he sustentado y repetido innumerables veces que nuestros males son males del humano, que no los hemos inventado nosotros ni son de nuestra exclusiva propiedad. Siempre me ha fastidiado la expresión: “Eso no se ve en ningún otro país del mundo”, y como si dispusiese de una ennoblecida espada, esgrimo toda una serie de actuaciones infames, perversas y depravadas que tienen lugar en otros territorios.

 Pero se nos fue la mano.

La delincuencia se ejerce a la luz del sol, a campo abierto.

Voy a tomar la mano de Nietzsche, a quien no se le discute la genialidad, para decir con él que “No hay justicia natural ni injusticia natural” (El viajero y su sombra, § 32). Lo que quiero significar es que tanto la justicia como la injusticia son disposiciones humanas, responsabilidades humanas, y estamos fallando en ambas.

 Nos hemos convertido en un país de irresponsables, de apáticos y de cobardes.

Estamos llenos de miedo a las autoridades de todos los niveles y fuerzas. La sangre se derrama tanto por obra de unas manos como de otras. Policías, militares, traficantes de estupefacientes, ladronzuelos, magnates de la estafa y de la droga que pagan sicarios, personajes de ambos sexos que ejercen variadas formas de prostitución…todo en un limbo desdibujado y escurridizo, que pasa (si pasa) por una actuación judicial que, por lo menos, es lánguida, tímida y deleznable…si no es vendida y comprada.

 Las denuncias de actitudes delincuenciales se evaporan “por falta de pruebas”.

 No se entiende que si el senador Wilton Guerrero o el Dr. Vincho Castillo tienen pruebas para atreverse a señalar delitos gravísimos, lo cual implica grave peligro tanto para ellos como para sus familiares cercanos, no publiquen claramente los nombres de los personajes. ¿Qué mayor peligro del que corren ya, obligados a estar rodeados de un fuerte equipo de seguridad y expuestos como están, al preciso disparo de un francotirador con mira telescópica y rifle de alta potencia u otras formas?

¿Los van a matar dos veces?

Como le dijo en el Café de Oriente de Madrid, una vigorosa señora a una joven que se traía un lío intentando cubrir un poco sus hermosas piernas con la breve falda que usaba: “Señorita, o se enseña o no se enseña”.

Igualmente digo: O se dice o no se dice.

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