Bajé a laguna del Grigrí con mi escafandra para convencerme de la extinción de la especie de bivalvos que jamás he encontrado en restaurant o país alguno. Ni siquiera en internet. Los lugareños los llaman ostiones, pese a sus notables diferencias de ostras u ostiones que todavía quedan en manglares de zonas costeras, sin protección minina de autoridades y bio-ambientalistas. Sus dos valvas son triangulares y parejas, con superficie terrosa, pero nacaradas por dentro.
Julio Vega Batlle no las registra entre las deliciosas especies marinas de la zona, en su hermosa novela Anadel, de por sí un banquete de gastrosofía. Aparentemente, no había entonces, ni después, conocimiento de la originalidad del bivalvo de Río San Juan.
Curiosamente, aunque laguna Grigrí es un manglar, no existen allí ostiones de la especie que suele crecer adherida a sus raíces, sino “ostiones” que crecen adheridos a rocas dispersas en el lecho.
Desde finales de los 50, acompañando a mi padre, viajante comercial, “hacíamos caminos” en arenales y fangos desde Samaná a Río San Juan. También por ello me deleité tanto en cada párrafo de Anadel. Pero no la terminé porque sabía que el héroe, Trigartón, solo tendría un trágico final. Hago lo mismo respecto otras ficciones, ya que el final, de todos modos, será ficticio. Habiendo tomado la esencia del relato, me imagino el final más satisfactorio y me deshago del fardo.
Interesa mucho más la realidad, siempre más variada y surtida que toda ficción creada por la mente humana. Aburren los episodios políticos y sociales cuyo final trágico o anómico se prefigura con antelación. Acaso mi familiaridad con datos y condiciones de existencia; y sobre creencias y actitudes de las gentes, permiten ver, más allá de opiniones y percepciones, que ciertas cosas no tienen mucha oportunidad de continuar ni cambiar.
Los finales también suelen dar señales que pueden ser equívocas, o multívocas. Cuando los poderes establecidos empiezan a cambiar lealtades y favoritismos; a quitar placet, visa y garantías legales, algo está por cambiar. Triste espectáculo de individuos que temen más que le quiten “la visa” a perder su identidad o la honra de su familia. Dejando de ser quienes eran o pudieron ser, convirtiéndose en extraviados personajes de sus propias ficciones, como aquellos que, decía Pirandello, se habían perdido en sus propias tramas y andaban en procura de un autor que los reeditara. Lo más triste, con toda seguridad, es que muchos de esos personajes y aún sus reales autores, carecen de rumbo tanto en sus propias vidas como en sus aventuras económicas y sus tramas socio-políticas.
A esa clase de personajes le es imposible concebir la vida sin la visa de los norteamericanos, pero tienen sin cuidado el pasaporte que abre la puerta de la Vida Verdadera.
Porque aburren esos juegos de realidades sin destino y de ficciones sin consecuencias, suelo ponerles mayor interés a algunas cosas menudas. Por eso, me ocupo de que alguien se entere de la inminente extinción de los ostiones de laguna Grigrí, por depredación, ignorancia, y polución.