Otear desde la azotea

Otear desde la azotea

Al examinar “asuntos del mundo”, los escritores manifiestan dos tendencias extremas: o bajar a los sótanos obscuros de la sociedad, o subir a las azoteas privilegiadas de la vida colectiva. Siempre es confortable contemplar los acontecimientos desde un “penthouse”. Desde las azoteas podemos ver el conjunto de los techos de una zona de la ciudad; atisbamos en la intimidad de los patios más próximos. Y vemos ropa colgada a secar. La azotea es el lugar predilecto de los fisgones que sueñan con ver mujeres desnudas saliendo del baño; una costumbre que se remonta a los tiempos del rey David. La quebrada topografía de Jerusalén hacía innecesario que las viviendas tuviesen gran altura.

El “voyeur”, o mirón de carácter erótico, no es la única clase de personas que sube a una azotea. Están los aficionados a la astronomía, los partidarios del aire libre sin contaminación, los enfermos de soledad urbana. En ciudades construidas al borde del mar, las azoteas son miradores panorámicos que conectan al hombre con el paisaje circundante. El polvo de las calles, la basura volcada de zafacones, el humo de los motores de automóviles, los ruidos de bocinazos, son motivos importantes para que ciertos individuos sensibles quieran subir a las azoteas. La rudeza de conducta de algunos ciudadanos obliga a eludir su trato continuo.
La azotea es el refugio de personas sensitivas, que desean disminuir la erosión de la convivencia. Oscilan entre el egoísmo escapista y las curas económicas de higiene mental. Los escritores que bajan a los sótanos de la sociedad pretenden producir crónicas de la injusticia, mostrar sin tapujos el sufrimiento humano; intentan dar a conocer dolores de los que “no se tienen noticias”. El interés social, la ideología política, la misericordia, mueven a los escritores “sotanistas”.
En cambio, los escritores “azoteítas”, esgrimen razones estéticas o filosóficas para justificar sus procedimientos contemplativos. Creen que para entender “los conflictos del mundo”, es preciso alejarse de ellos para abarcarlos en su integridad. Buscar la proximidad de las llagas del enfermo, no las cura; pero si puede contagiar al intruso. En los antros de crimen y drogas, estarán siempre presentes: el policía, el delator, el proxeneta. Los escritores serán visitantes ocasionales de esos lugares.

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