“El poder del mundo siempre opera en círculos”
Alce Negro
Dentro de poco tiempo inicia el otoño. Las estaciones son ayudas brindadas por la naturaleza para que podamos comprender -de un modo profundo- lo que nos enseña el primer principio de la termodinámica: “la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma”.
Primavera, verano, otoño e invierno, son formas naturales de ponernos en contacto con las grandes lecciones de la vida: lo que nace, lo que madura, lo que envejece y lo que muere. El otoño es un tiempo para transformarnos, cambiar, soltar, dejar ir, desprendernos de lo que nos limita la transición a lo que sigue, y confiar en que nada se pierde, todo se renueva.
Cuando estamos en armonía con lo que es, vivimos un estado de integridad o de honestidad con nosotros mismos, que nos dota de una extraordinaria fuerza que nos permite soltar aquello que ya cumplió su ciclo en nuestras vidas.
Este año, el equinoccio de otoño en el hemisferio norte ocurrirá el día 22 de septiembre, a las 4:02 pm hora dominicana. La estación durará 89 días y 20 horas, y terminará el 21 de diciembre cuando sucede el solsticio de invierno. También es conocido como festividad de Mabon, fiesta de la cosecha, día del banquete, fiesta de la vendimia y fiesta de Avalon.
A partir del 22 de septiembre el día se acorta. El sol saldrá cada amanecer un poco más tarde que el día anterior, hasta el 21 de diciembre cuando comience el solsticio de invierno. El pintor y maestro del haiku Yosa Buson describe en uno de sus célebres poemas breves una escena, donde la naturaleza nos recuerda la belleza presente en el cambio: “La montaña oscurece y asume la púrpura magnificencia de las hojas en otoño”.
El otoño se ha celebrado en distintas tradiciones durante cientos de años. En la cultura celta, septiembre era conocido como Haleg-Monath, que significa literalmente el “mes sagrado”, en el que se ofrecían libaciones de vino dulce o zumo de frutas a los árboles de los bosques. En china, se conoce como Chung Chiu, la fiesta que marca el final de la cosecha del arroz.
En las comunidades judías, este tiempo es llamado Sucot o la “fiesta de la alegría«. En Roma, se celebraban las fiestas Dionisíacas en las que se cosechaba la uva y se bebía el vino del año anterior. Algo similar ocurría en Escocia, en donde se preparaba el nuevo whisky y se brindaba con el de la cosecha anterior, que recoge el espíritu de la cebada al que cariñosamente llaman tío John.
El poeta argentino Leopoldo Lugones dice: “No temas al otoño, si ha venido. Aunque caiga la flor, queda la rama. La rama queda para hacer el nido”. Astrológicamente, el otoño es el momento del año en que el sol entra en el signo de libra y el día y la noche igualan su duración, por lo que principalmente es una fiesta para celebrar el equilibrio.
Al iniciar el otoño, se celebra la cosecha del trigo del que sale el pan nuestro de cada día y se festeja la vendimia en la que se recogen y aplastan las uvas para el vino. La cena de Pascua y la Santa Cena son cenas de conmemoración, en las que el pan es un componente imprescindible, y los milagros relacionados con el pan (en el antiguo y el nuevo testamento) muestran la importancia que tiene para Dios el ser humano como un todo, no sólo el cuerpo y no sólo el alma.
El filósofo, político, orador y escritor romano Lucio Séneca dijo: “El vino lava nuestras inquietudes, enjuaga el alma hasta el fondo y asegura la curación de la tristeza”. El vino hace referencia en primer lugar a la dependencia original, de nosotros como criaturas, de la alimentación. Además, en el antiguo Israel el vino era la principal bebida que se tomaba en las fiestas, símbolo de la alegría y la salvación futura (Is. 55:1).
Quizás, esa es la razón por la que se conoce el equinoccio de otoño como un tiempo en el que el alma celebra su cosecha.