Otra cara de la historia: las mujeres

Otra cara  de la historia: las mujeres

Comencé a estudiar historia latinoamericana en 1968 y lo hice en USA, para poder sobrevivir. Era una de ocho dominicanos que pudieron entrar a una universidad elite en Nueva York y me encontraba, como ellos, agrupada bajo la rúbrica de “Hispanics”; mezclados y revueltos con desde los argentinos hasta los descendientes africanos de las Antillas Mayores y otras islas del Caribe.

Había sido, como lo admite Eduardo Galeano en la introducción de su trilogía MEMORIA DE FUEGO, una pésima estudiante de Historia, o por lo menos de la historia que “había dejado de respirar: traicionada en los textos académicos, mentida en las aulas, dormida en los discursos de efemérides, encarcelada en museos y sepultada, con ofrendas florales, bajo el bronce de las estatuas y el mármol de los monumentos”.
Había sido una pésima estudiante de Historia, pero ahora me urgía conocer la historia de mis orígenes para entender quién era, de donde venía, cuál era mi herencia. No encontrando en libros de texto oficiales de la universidad nada que me entusiasmara, me aprestaba a abandonar mis estudios de historia cuando un profesor norteamericano liberal me abrió la puerta a lo que él llamaba “la otra cara de la moneda”, y nada mejor para hacerlo que presentarnos un libro clave en la historiografía latinoamericana: PANAMERICANISM: DE MONROE AL PRESENTE, del mejicano Alonso Aguilar.
En ese libro, iniciado el 28 de abril de 1965, fecha de la última intervención militar norteamericana a Santo Domingo, como fruto de la indignación latinoamericana ante un hecho que se repetía, encontré la historia que andaba buscando. Mi pesquisa se redujo entonces a hurgar en la bibliografía propuesta por Aguilar, e ir atando mis propios cabos.
Hablo de la historiografía hispanoamericana, porque la del Caribe inglés, francés y holandés, o sea la de nuestras islas vecinas, había que buscarla en sus respectivas metrópolis. Y las referentes a la esclavitud en la historiografía particular del movimiento abolicionista y posteriormente del movimiento por la negritud en Europa y África. Esta fragmentación documental fue para mí, junto con la escasez de textos alternativos de historia, la primera gran dificultad en la búsqueda de mi identidad a través de la Historia.
Debo a José Martí y su exigencia de la valorización de la cotidianidad y en ella de la mujer: “La prueba de cada civilización está en la especie de hombre y DE MUJER que en ella se produce”, la búsqueda de los y LAS sujetos anónimos del proceso histórico. Esta tarea, “vinculada a la dinámica de la cotidianidad, de la educación formal y la institución familiar, donde la mujer tiene una acción protagónica en la transmisión tanto de las tradiciones culturales como del contexto histórico”, me condujo a la investigación sobre el papel de la mujer en la historiografía latinoamericana y caribeña como sujeto histórico.
En Puerto Rico se publicó un libro alternativo de texto llamado YO TAMBIEN SOY AMERICA, para que los niños y las niñas aprendiesen sobre la presencia del sexo femenino en la historia de América, tanto en lo referente al “descubrimiento” como a la colonización, la esclavitud y la independencia. En ese libro aprendemos que de un total de 124 personas ilustres enlistadas en los textos de historia solo diez son mujeres, destacadas fundamentalmente por su papel de esposas y madres.
Aprendemos, que en el primer viaje de Cristóbal Colón no había ninguna mujer a bordo; que en la expedición de Hernán Cortés a México solo había una mujer de Castilla; que en la primera expedición al Nuevo Reino de Granada, en 1540, solo había seis mujeres, y que en la expedición que en 1575 concluyó con la conquista de Costa Rica había solo 58 mujeres y 275 hombres, pero que fueron estas las que realmente realizaron una labor (para bien o para mal) colonizadora en términos de la transmisión de valores y costumbres de la cultura española en sus hogares, los cuales fueron también primeros centros de producción doméstica y artesanal del Nuevo Mundo.
Ya desde el tercer viaje de Cristóbal Colón, la Corona Española ordenó que por cada 300 hombres viajaran a América por lo menos treinta mujeres españolas y en las primeras reglamentaciones que se hicieron se exigía a los colonos que vinieran con sus familias. A los casados que estaban en América se les dio un plazo de tres años para que sus esposas emigraran a reunirse con ellos y se hizo un plan de enviar esclavas blancas cristianas a las Indias Occidentales, o sea mujeres de ascendencia musulmana (llamadas Moriscas) que habiendo sido hechas prisioneras fueron convertidas en esclavas y constituyeron el único grupo de mujeres “españolas” presentes en la conquista del Virreinato del Perú.
Estos datos indican que paralela a la tarea de conquistador, se daba la de colonizador y que en ese rol las mujeres jugaron un papel fundamental por ser más permanente y estable. Por eso, entre 1509 y 1538, diez de cada autorizaciones de viajes registradas en los Archivos de Indias, fueron otorgadas a mujeres, la mayoría solteras, viudas e hijas.
El mismo papel, pero a la inversa, en la lucha abolicionista, jugaron las mujeres negras esclavas las cuales fueron traídas desde 1501, para “apaciguar la rebeldía de los esclavos”, mediante permisos que exigían que por lo menos la mitad de los futuros esclavos fueran mujeres. Mediante la Orden Real de 1775, los dueños de esclavos debían pagar un impuesto de tres pesos por cada esclavo, y un peso por las mujeres. Aunque iguales en el trabajo esclavizado, las negras esclavas también sufrían la esclavitud doméstica.
Son muy pocas las mujeres negras que en la lucha por abolir la esclavitud fueron reconocidas por los historiadores de la época. En Santo Domingo: María de Jesús, quien participó en la rebelión de esclavos llamados Bienbieses en el siglo XIX, y logró notoriedad porque fue capturada por los españoles y traída a la ciudad. En Puerto Rico, Eleuteria y Fabiana se reportan como las primeras esclavas en someter a sus amos a la justicia por haberles negado la libertad. Y como ellas, Julia de los Cangrejos y Elvira de Ponce y Reyes, por haberse fugado de sus poblados antes de la abolición de la esclavitud.
Ya en época de la independencia, Mariana Grajales Cuello, madre de Antonio Maceo, y María Cabrales, esposa de este, se convirtieron en leyenda como fundadoras de “La Tribu Heroica” que acompañó a los independentistas cubanos en su guerra de emancipación.
Es en la lucha por la Independencia donde comienzan a hacerse notar los nombres de las heroínas: las que sirvieron de correos, como la campesina Juana Escobar, de Nueva Granada; y como vigilantes de los movimientos de tropa españoles (1819); las soldaderas, provenientes del campo y clase trabajadora, quienes acompañaron, alimentaron, guiaron, defendieron y curaron las tropas libertadoras, al margen de la prohibición de 1819, del general Santander: “ NO MARCHARÁ EN LA DIVISIÓN MUJER ALGUNA, BAJO LA PENA DE CINCUENTA PALOS”, y aquí seguimos: marchando.

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