El vocablo lo tomo prestado de Eduardo Galeano de una de sus crónicas donde dedica buena parte de ella a los señores legisladores de su país, a propósito del empecinamiento enfebrecido que renueva la condenación del aborto sin eximentes, en un momento donde creíamos superada tal aberración luego que el Presidente Medina, Primer Magistrado de la Nación, herido en su sensibilidad, identificado con el sentir de su pueblo, atinadamente había observado la ley enmendándole la plana.
El anacronismo surge de la simple lectura del Artículo 37 de la Constitución vigente que declara: “El derecho a la vida es inviolable desde la concepción hasta la muerte. No podrá establecerse, pronunciarse, ni aplicarse, en ningún caso, la pena de muerte”; lo que abiertamente contraviene el Artículo 38, sobre la Dignidad Humana, al proclamar: El Estado se fundamenta en el respeto de la dignidad de la persona y se organiza para la protección real y efectiva de los derechos fundamentales que le son inherentes. La dignidad del ser humano es sagrada, innata e inviolable; su respeto y protección constituyen una responsabilidad esencial de los poderes del Estado.” Esa declaración poderosa era razón más que suficiente para acoger la enmienda sugerida por el Señor Presidente de la República quedando sobrentendido que el respeto a la vida de todo ser humano y a su dignidad, siendo el mayor tesoro de la humanidad, está por encima de toda creencia clerical o religiosa.
Colocar al Presidente de la República en la disyuntiva de mantener el veto legislativo permitiendo a la mujer embarazada ser asistida y optar por la interrupción del embarazo en caso de ser víctima de una aberración o hecho criminal no deseado, o del diagnóstico clínico que pone altamente en peligroso su vida; o claudicar ante la absurda pretensión clerical en un Estado social de derecho, presuntamente laico, no es otra cosa que una gran putada.
No se duda de la honorabilidad de estos legisladores, nacidos del vientre de su madre, pero habrá que recordarles, además, que nadie, absolutamente, ni ellos mismos, se escapa del destino. Que tenemos hijas, también nietas, hermanas y sobrinas, familiares, novia o amiga alguna que amamos, protegemos y cuidamos y pudieran ser o han sido víctima de una desgracia singular, de un horrendo hecho criminal que a todos debería condolernos por igual, por lo que resulta repulsivo y odioso el enfebrecido empeño de aplicar una ley impiadosa a una madre, a una mujer, cual que sea su condición.
Condenar y castigar a la mujer y a quienes de ella se conduelen como si fuese un mandato divino, es hacerse ser cómplice de una iniquidad inaceptable. Dar “Otra vuelta de tuerca. Horror que más que horror es un espanto, en víspera de Navidad.” (H.James)
Estos legisladores no solo desconocen el valor de los Tratados y Convenios Internacionales, una vez aprobado (Art. 74) y su propia Constitución. Esos legisladores no solo irrespetan su investidura. Elegidos por el pueblo, lo desprecian. Y lo que es peor, no aman la vida.