El género cinematográfico “Western” o del viejo Oeste norteamericano, secundado por las vaqueradas mexicanas, si no murió, está grave, pero a mi generación la llenó de grandes emociones y todavía la disfrutan jóvenes que aman el buen cine, pero quisiera destacar una característica de esas producciones y es el mensaje subliminal que dejaba en nosotros la circunstancia de que, en esos escenarios y supuestas fechas, casi todo el mundo portaba un revólver o una escopeta; era como una verdadera igualdad en el poder popular, como una democracia armamentista y que históricamente parece ser el gen que dio nacimiento a la Segunda Enmienda en la Carta de Derechos de los Estados Unidos permitiendo que sus ciudadanos puedan tener o portar armas de fuego, lo cual se cuestiona en la actualidad por los locos que andan matando gente en reuniones religiosas, artísticas, restaurantes y escuelas en Norteamérica.
Con el narcotráfico, generador y sustentador de delincuencia, organizada o no, he planteado que la solución, al igual que ocurrió con la Ley Seca, que entre 1920 y 1933 prohibió la venta de bebidas alcohólicas en los Estados Unidos, es la legalización de la venta y consumo de drogas narcóticas o estupefacientes eliminando el morbo de lo caro por lo prohibido y la drogadicción (como fatal ejemplo) sólo afectaría a los consumidores y no acarrearía un comercio apoyado en el crimen por y para prevalecer en una determinada zona.
La idea tonta es que se emule al viejo Oeste, armas o drogas para todo el que lo desee, para que el que pretenda matar sepa que puede ser el muerto si en vez de sorprender es sorprendido.