Otra mirada al uso del término “carisma”

Otra mirada al uso del término “carisma”

En su origen, la palabra carisma significaba don o gracia, y se refería fundamentalmente a una capacidad o virtud de provocar admiración y de atraer a otras personas. Max Weber lo definió como una capacidad de ejercer autoridad o dominación en base a la creencia de los seguidores en que el líder posee capacidades, virtudes o méritos excepcionales.

Weber diferenció ese tipo de autoridad de la tradicional, por ejemplo, la de un rey, de quien se piensa que tiene derecho de mandar por herencia; de la autoridad racional, basada en un acuerdo de tipo racional, delegado o negociado directamente, entre el jefe y sus subalternos, como el caso de un presidente  respecto a los ciudadanos.

Autores modernos ven el carisma como un cúmulo de cualidades, acordes a los requerimientos de las organizaciones económicas, políticas y sociales actuales. Sin embargo, ha habido una tendencia a hacer equivalente el carisma con tener habilidades de palabrero, atractivo físico, capacidad de manipulación emocional, y  “hacer amigos e influir sobre los demás”. Dale Carnegie desarrolló técnicas para atraer a otros y para hacerse simpático y agradable, pero mayormente para manipular emocional las personas. Muchísimo más serio, el psico-sociólogo Erich Fromm, desarrolló el concepto de “mercado de la personalidad”, para referirse a la manera de cómo especialmente las personas de clase media eran propensos a hacerse agradables a la clase de los patronos, procurando ascenso social, y a los pobres, para venderles productos o servicios, o para obtener sus votos.

Los dominicanos tenemos bastantes experiencias, algunas recientes, de personajes con cualidades y atractivos personales extraordinarios que, en vez de usarlos  a favor del país, mayormente, han sacado perverso provecho personal. 

Los clase medias, simpáticos y atractivos, han hecho de sus modales y “refinamiento “cultural”, su gracia y salero, sinónimos de carisma, una especie de “excelencia social”. Hasta el color claro de piel fue por mucho tiempo un rasgo preferencial de gran parte de nuestras clases medias, con todo y sus gustos y estilos de vida. Cosas que quien vio el “Soberano 2013”, diría que estamos viviendo tiempos diferentes.

El carisma “providencial” del gobernante es imprescindible en pueblos ineducados, que necesitan “creer en la persona”, porque no confían en instituciones, ni en costumbres ni valores tradicionales. La confianza en las leyes y las instituciones las hemos sustituido por las relaciones afectivas y acuerdos particulares, dando origen al perverso sistema clientelar y nepotista predominante. Y a su equivalente religioso, la santería. Se desconfía tanto del Estado como Dios, prefiriéndose el “nepotismo espiritual” y la supuesta manipulación de “espíritus emocionalmente manejables”; siendo el ciudadano-santero una especie de seductor espiritual, hijo consentido de una “madre protectora”, no diferente de aquella que defiende la inocencia de su hijo, connotado narcotraficante o delincuente de la política.

El liderazgo que este país necesita es uno que sea capaz de establecer la confianza entre Estado y ciudadanos, entre gobernantes y gobernados, que no haga acepción de personas

(Proverbios 28:21); fundamento de la justicia y del Estado modernos.

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