Otra reforma fiscal

Otra reforma fiscal

PEDRO GIL ITURBIDES
Conviene que se admita como no iniciado el polémico proyecto de ley al que eufemísticamente se denominó “reforma fiscal”. Contra su viabilidad conspiraron las notorias discrepancias entre las fuerzas políticas entre sí, y la de los sectores productivos respecto de aquellos. Las disparidades existentes fueron notorias apenas se anunció que se había logrado consenso para introducir ese proyecto de ley en el Congreso Nacional. Los desacuerdos más que las coincidencias han signado esta pieza legislativa, condenada a engavetarse.

Es aconsejable que se elabore otro proyecto de ley divorciado del ansia de compensación tributaria que distingue el objetivo de la presente administración fiscal. En tanto prevalezca la sensación de que se desecha la promesa de reorientar el gasto público, se mantendrá la resistencia a admitir la compensación tributaria. A los fines de no desequilibrar el presupuesto público, al administrador se le presentan alternativas prácticas para sostener la marcha de la onerosa estructura que es el gobierno de la República. Para reconocer esas alternativas es preciso hallarse dotado de voluntad política indeclinable.

Además, esa compensación carece de aliados políticos, en razón de que nos encontramos a seis meses de los comicios de medio tiempo del año 2006.

Pocos trabajadores partidistas se encuentran en disposición de asumir la carga que implica el ofrecer apoyo a las variadas formas de tributación contenidas en “la reforma”. Solamente el gobierno central se adhiere a esta riesgosa jugada, cegado por el anhelo de sostener un determinado nivel de gasto público.

No puede negarse que la actual administración exhibe mayor orden financiero que la administración que le precedió. Entre aquél caos manifiesto y este relativo orden hay distancias inconmensurables. Pero el orden no ha supuesto un ahorro conveniente en el costo de la administración pública. Mucho menos se ha procurado una adecuada calidad en el gasto público. Los pronunciamientos que sobre el primero de ambos tópicos hiciera el Presidente Leonel Fernández al juramentarse el 16 de agosto del año pasado, no se han plasmado en su gestión.

Tal vez esa ventaja lleva Joaquín Balaguer sobre dos o tres de sus predecesores y sobre sus dos sucesores. Los principios administrativos que lo animaban explican la alta tasa de popularidad que conserva, aún después de muerto. Es lógico que esa popularidad se mantenga. El pueblo llano, ayer y hoy, aquí y en todas partes, tiende a comparar las administraciones por  los resultados que le atañen. En pueblos como el dominicano, en donde falta todo, esa comparación se basa en la mayor o menor calidad de vida que provee un gobierno. Y la verdad debe decirse, quienes lo han sucedido han depauperado a la Nación.

Hace poco preparábamos el programa de una serie de charlas con motivo del centenario de su nacimiento, que se cumple el año entrante. Al hablar sobre estas conferencias con los hermanos Miguel y José Catedral, abogados romanenses, surgió el tema de la capacidad de Balaguer para orientar el gasto público. Lo cierto es que sus últimos diez años de administración se apartan un poco de su filosofía de la administración del Estado. Sin embargo de ello, aún esa gestión se encuentra por encima de la propia de quienes lo han sucedido, conforme la estimación popular. Y la mía.

“En esas conferencias tendrás que explicar por qué a Balaguer le alcanzaba el dinero para invertir, sin recurrir a préstamos externos” me reclamaba otro abogado amigo, Santiago Almonte. Hombre de origen humilde, que se ha labrado un camino de éxitos profesionales debido a su propio esfuerzo, su pedido explica, en buena medida, el sentimiento popular. El encarna tal sentimiento.

Tal vez convenga que antes de abocarse a esa otra reforma fiscal, profunda, completa y cabal, que busque y promueva equidad y justicia fiscal, los estrategas públicos deban revisar la obra de Balaguer. No deseo que lo emulen, pues soy el primero que admite que fue hombre con enormes defectos -aunque, en tanto no decayó en sus condiciones, con grandes virtudes como jefe de Estado. Pero en lo tocante al manejo del ingreso y gasto público, conviene a esos estrategas revisar el famoso -e inexistente- librito negro de su escritorio palaciego. Allí, sin duda, se encuentran las pautas para la  otra, y necesaria, reforma fiscal.

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