Otra vez la corrupción a la palestra

Otra vez la corrupción a la palestra

ANTONIO PEÑA MIRABAL
Funcionarios de alto nivel del Gobierno se han pronunciado en los últimos días, preocupados por los niveles de corrupción imperantes en el país. Lo mismo han hecho dirigentes de la sociedad civil, que no escatiman esfuerzo cuando de desmeritar el trabajo de los políticos criollos se trata.

Se han pronunciado el secretario de Planificación y Desarrollo, el de la Comisión de Ética del Gobierno, el director del DEPRECO y el Director General de Aduanas, entre otros. Mediciones sociales realizadas en el pasado reciente indican que la población no presta mucha atención al tema de la corrupción, lo que explica el reciclaje de algunos dirigentes políticos, que por las sospechas de actos de corrupción que sobre ellos se cierne, debieran estar jubilados en sus residencias campestres y, sin embargo, continúan como el hombre aquel, muy campantes, como si nada hubiese sucedido. ¿Debe ser la corrupción tema de preocupación para el liderazgo político nacional? ¿Se puede concebir la actividad política exenta de la práctica corruptora?

La corrupción practicada por los políticos en el ejercicio del poder es uno de los elementos que más contribuyen al descrédito de los partidos políticos. Así lo dejó ver la encuesta realizada por Latinobarómetro el año pasado, la cual otorga a los partidos políticos en América Latina ser los actores de la democracia más deslegitimados, seguidos por el Congreso y el sistema judicial. Peligra la democracia cuando actores de primer orden obtienen tan pésimas calificaciones, ya que sin partidos políticos no puede hablarse de democracia, aún estén deslegitimados. Se debilita la democracia cuando persiste esta situación, ya que el desprestigio de los partidos políticos y sus líderes les resta capacidad para representar a la población adecuadamente y rendirle cuentas de sus acciones, una vez que son electos.

El político que no muestra capacidad para administrar instancias públicas que produzcan soluciones en beneficio de la mayoría, y que solo muestre interés en engordar sus bolsillos, es el que tolera y propicia la corrupción desde la misma. Investigaciones recientes señalan que nuestro país es uno de los que en la región mejores ingresos tributa a sus altos funcionarios. Hace apenas unos meses que publicaciones daban cuentas de ello. Aquí hay funcionarios que ganan más de un millón de pesos al mes, otros ganan seiscientos mil, setecientos mil, quinientos mil, etc., lo que significa que no debieran existir razones financieras para quitarle a la sociedad la oportunidad de disfrutar de funcionarios públicos libres de actos de corrupción.

Un alto funcionario que devengue mensualmente la suma de cuatrocientos mil pesos, como los hay en la actualidad, que tenga cubierto por la institución a la que presta servicios un medio de transporte, combustible, celular, gastos de restaurantes, hoteles, tickets aéreos, tarjeta de crédito para los antojos, seguro médico, etc., no debiera caer en actos de corrupción. Cuatrocientos mil pesos mensuales son cuatro millones ochocientos mil pesos al año, que multiplicado por cuatro años, son nada más y nada menos que diecinueve millones doscientos mil pesos, dinero más que suficiente para vivir como un rey en la República Dominicana. ¿Si están tan bien pagos los altos funcionarios públicos, por qué tienen que incurrir en actos dolosos que afectan al pueblo y a su partido político?

Cuando hay impunidad hacia lo mal hecho y se retuercen los valores predicados por años, la vergüenza cabe en la gaveta más pequeña del escritorio, y el camino está despejado para trillar el sendero de la corrupción. Si algo diferenciaba al PLD del resto de las organizaciones políticas del país, era la pulcritud con que sus principales dirigentes se desempeñaban al frente de la administración pública. Por los gritos de alerta expresados en los últimos días por destacados dirigentes de ese partido, parece que la cosa ya no es así, y de ser un partido combatiente de este mal, al parecer se ha transformado en una organización que lo tolera. La indiferencia ante la corrupción no solo deteriora la imagen del Presidente Fernández y del PLD como conglomerado político, atenta contra la estabilidad del sistema de partidos políticos del país, pero sobre todo, constituye una estocada mortal a la democracia dominicana. Presidente Fernández, no permita que la percepción de la población sobre su Gobierno termine como la de aquel que tuvo el desparpajo de confesar que «la corrupción se detiene solo en la puerta de mi despacho». Usted representa otra generación, que llena de ilusión a las nuevas generaciones en la búsqueda de un país mejor, donde la esperanza y el bienestar ciudadano tengan espacio en las aspiraciones de los buenos dominicanos.

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