Otra vez me pregunto, ¿cuál es el plan de Leonel?

Otra vez me pregunto, ¿cuál es el plan de Leonel?

Desde hace varios años cada cierto tiempo me planteo a mi mismo la interrogante. Pocos políticos han sido tan elocuentemente transparentes al explicar su visión como lo ha sido el Presidente Fernández. Él quiere modernizar al país, mantener la elogiada estabilidad, aumentar el crecimiento, atraer inversiones y generar intercambios comerciales con un abanico de países para evitar mayor dependencia de uno solo. Aparentemente ha sintonizado con los anhelos del pueblo, pues pese a los defectos de sus gobiernos, que no son pocos, ha mantenido alguna popularidad, aunque vaya desvaneciéndose. Pero su capricho mayor no es, como luce, el Metro, sino una lealtad contraproducente con algunos de sus amigos o compañeros.

Los líos que causan algunos de ellos son incomprensibles. Quizás lo más grave no sean los casos mismos, como fue la Sun Land o los indultos de hace tres años, sino que las meteduras de pata nunca acarrean consecuencias. Hay libertad para equivocarse de lo lindo, que la culpa se le pega al Presidente mientras cada cual sigue su fiesta. Ese desentenderse de cuestiones graves es lo que a mi juicio ha afectado de manera tan notoria la popularidad del gobierno en los últimos meses. A veces me parece que hay más gente incómoda con el Presidente por lo que no hace o deja hacer a sus subordinados que por sus propias pifias o fallas.

Si bien la prudencia presidencial es un valor harto escaso entre los políticos latinoamericanos, más entre los dominicanos, y esa virtud, en Fernández, molesta a aquellos que se sienten que él no les ha hecho el caso que creen merecer, también es cierto que un exceso de prudencia genera lo que he dicho antes: parálisis por análisis. Si al Presidente Fernández sus amigos le reclamamos a gritos que ponga más empeño para tomar las acciones de gobierno que se requieren, es porque él ha sido favorecido con los atributos necesarios para hacerlo mejor de cómo lo está haciendo. No es pedirle peras al olmo, es que a él se le debe exigir mucho más que al político común.

La reacción de los llamados poderes fácticos ante el enorme poder político que ha acumulado el Presidente quizás se desactivara si él re-sintonizara con los sentimientos de quienes lo ayudaron a llegar donde está. Debe volver a representarlos en vez de antagonizarlos.

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