¿Otro escándalo en la Junta?

¿Otro escándalo en la Junta?

Aura Celeste no debe amedrentarse. Hace bien en hacerle honor a su nombre: pureza y transparencia. “¡E pa` lante que vamos!” A la doctora Fernández se le tiene como una profesional honesta y una funcionaria responsable. Una ciudadana respetable. De ello habla su hoja de servicio y su hoja de vida. No es una improvisada en la política, ni una persona que pueda tildarse de imprudente o temeraria. Sus declaraciones y denuncias deben responder – y así se espera-  a una investigación exhaustiva, a un  análisis bien ponderado de la situación que declara y hace pública. 

Por eso no debe temerse al hecho de que la misma haga caer, como se afirma,  a algunos miembros de la Junta o a la Junta entera. Cada quien debe responder por sus hechos y cada quien tiene un papel que jugar en beneficio de la transparencia y la defensa del buen manejo de la cosa pública. Nadie debe temerle a la verdad y todos tenemos derechos a defendernos de la mentira y la calumnia. Sin amenazas, chantajes o retaliaciones, la preocupación común debe ser que se aclaren debidamente las cosas; que lo sucio salga y lo limpio permanezca. Algo que cada vez se hace más difícil, mientras el herrumbre carcome lo mejor de nuestra sociedad, dando pasos agigantados al escándalo y a la impunidad.

La situación se ha vuelto tan caótica, que ha desaparecido la presunción de inocencia en el imaginario popular, y toda actuación reprobable,  atribuida a un funcionario político, es creíble; hace fe por sí misma. En numerosos casos, la denuncia, valientemente sostenida,  no puede ser probada en el estricto régimen judicial de la prueba: “in dubio pro reo”; pero el ramalazo moral queda vivo, vigoroso, inocultable, ejemplarizador.

Hacen falta muchas Auras, muchas Nurias, muchas Alicias, muchos Wilton y otros tantos hombres y mujeres igualmente valerosos para detener este despeñadero. Hace falta mucho deseo de hacer para cambiar  las cosas. Más voluntad a favor del cambio verdadero; más ansias de libertad. Y eso nos corresponde a todos, sin distinción de género, no al Dios de las alturas. Más bien a quienes, sintiéndose  encumbrados, se llegan a creer dioses.     

Publicaciones Relacionadas

Más leídas