Otro objeto de zona franca

Otro objeto de zona franca

PEDRO GIL ITURBIDES
Conocí a Ramán Patel mientras ejercía funciones de Cónsul Honorario de la República en Bombay, India. A lo largo de un recorrido que nos llevó por esa ciudad, Delhi, Nueva Delhi, Bangalore, Udupí, Ahmedabad, Agra, Ghandinagar y Manipal, observamos tierras y gentes. Notamos por doquier una profusa existencia de frutas endémicas de las Antillas, como el caimito, la guayaba o el cajuil, entre otras. Venduteros en calles de ciudades populosas muestran pirámides de éstas, y de otras frutas de aquella gran península, o europeas, que crecen allí. Las semillas tostadas del cajuil antillano las venden al granel en concurridos tarantines en las aceras.

Hindú él, nacido en el rico estado de Gujarat, se acostumbró a ver en el cajuil, la guayaba o el caimito, como frutas de su tierra. Le explicamos que las mismas son propias del Nuevo Mundo. Le dijimos que los navegantes europeos le habían cambiado simientes de estas frutas por las de mangos y tamarindo. Sorprendido nos preguntó por qué en sus visitas a Santo Domingo no había visto las montañas de semillas de cajuil que se contemplaban en sus ciudades. La explicación ofrecida se remontó a la conformación étnica de nuestro pueblo. Y a observaciones de Antonio Sánchez Valverde y otros autores de su linea de pensamiento.

A raíz de una visita suya a nuestro país nos dijo que la India exporta semillas tostadas del cajuil por millones de dólares. Buena parte de las mismas son importadas por plantas estadounidenses dedicadas a preparar bocadillos y tentempiés. Varias de esas fábricas venden estas semillas, y el maní, a precios de artículos de lujo en la República Dominicana. Los vistosos envases justifican los precios.

Nos informó que los hindúes comen el mango verde encurtido, preparado del mismo modo en que confeccionamos los pepinillos o el cocombro. Y nos preguntó la razón por la que empresarios dominicanos no habían explorado la posibilidad de fabricar este encurtido para la gran población hindú residente en ciudades estadounidenses. La respuesta, como pueden adivinar, también la vinculamos a la «Idea del valor de la isla Española».

Un poco después propuso al común amigo Enrique Valverde, indagar la posibilidad de adquirir cosechas de esta fruta verde para la elaboración del encurtido. Valverde viajó por varias zonas del país sin hallar seguridad de que se obtendría un suministro tanto constante como suficiente, que justificase la instalación de una fábrica. Cuando lo comentamos recordé los días en que Rafael Bonilla Aybar, Cónsul General de la República en San Juan, Puerto Rico, abrió mercado al conejo de cría dominicana. Este negocio no pudo realizarse debido a la inconsistencia en el suministro de la carne de este animal al comprador puertorriqueño.

Las Antillas Mayores poseen una flora endémica a la que siempre hemos dado la espalda. Unas son propias para consumo directo. Otras para su transformación industrial y aprovechamiento en la ingesta humana, en la farmacopea y en otras áreas. También son aprovechables muchas especies de la flora introducida, cuya adaptación hace pensar que son propias de la isla. En una época abierta a los cultivos orgánicos y a la producción de novedades comestibles, tal vez se encuentre la excusa para impulsar la generación de divisas por esta vía.

En esa flora pienso cuando doy rienda suelta a la imaginación en busca de polos de producción primaria y de transformación, que fortalezcan la economía. Para impulsar los mismos debemos adoptar un esquema similar al concebido para las zonas francas industriales. Los polígonos industriales deben concebirse a partir de las realidades del ecosistema y el potencial de producción de la región en que sean creados. Deben establecerse facilidades fiscales y financieras, constantemente supervisadas, y encaminadas al logro de los propósitos que las animen.

Debe proveerse asistencia técnica de organismos públicos como el Centro de Exportaciones e Inversiones, que busquen capitales y mercados, experiencias y alianzas. Pero también debe proveerse otra asistencia que se pierde entre motocicletas y otros vehículos corriendo por ciudades y campos, gastando combustible a nombre de departamentos del ramo agropecuario, que a nadie asesoran.

Pero lo que un objetivo tan someramente enunciado necesita, por encima de todo, es un guía. Un inspirador con metas claras, bien definidas, bien intencionadas, mejor documentadas, y basadas en un exhaustivo conocimiento de su país. Con ello tendremos éxito, sin condenar a ocho millones de habitantes por las necesidades de una competitividad mal concebida. Estas otras iniciativas también pueden ser zonas industriales, capaces de impulsar el crecimiento y abrir puestos de trabajo por millares.

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